20101209

El Cometa VIII: Nuevo comienzo

Sintió la humedad en sus ojos. Sintió como la pena se transformaba en esperanza y se agolpaba detrás de sus pupilas, llenándolas hasta el punto en que ya no pudo resistir y un par de lágrimas formaron veredas en la piel de su rostro. Entonces quiso bañarse en esa esperanza, en esa claridad emanando del diario del capitán. Josef Herz bien podía ser un científico pero, antes que cualquier cosa, era un hombre. Y acababa de encontrar algo que ya había dado por perdido: su propósito.

¿Qué es un hombre sin un propósito? Se preguntó. Una masa de moléculas agrupadas de cierto modo para ocupar un espacio. Un grupo de átomos y genes con personalidad. Un animal bípedo consciente, dicen que capaz de amar como resultado de una serie de impulsos químicos. Pero, sin un propósito, la levedad de su alma es insoportable. Sin un objetivo, su conciencia navega en un mar de ambigüedad y antipatía.

Josef decidió que no quería ser un ente muerto en vida, tan sólo existiendo, sobreviviendo el inexorable paso de los años. Después de leer algunas páginas del cuaderno del capitán Andoni, no pudo evitar identificarse con él. Incluso, tal vez, podrían haber sido amigos. Podría ser que ya sentía haber adquirido cierta complicidad con él, como la de dos viajeros perdidos y atormentados cuyos recorridos se entrelazan. Nunca había conocido a alguien con tanta determinación por conseguir lo que quería. Vaya, ni siquiera la obstinación del Dr. Grund, siempre empeñado en demostrar sus hipótesis, podría compararse a la del valiente astronauta.

Puede ser que la causa a la que se aferra sea una causa perdida. Puede ser que él se haya perdido desde mucho tiempo antes de perseguirla. Ha estado viviendo en un valle de incertidumbre, deambulando entre estrellas y planetas, desgajando las nubes en vanos intentos por salir de ahí. Tiene miedo. Como a cualquier hombre de ciencia, le asusta la idea de no tener el control, de que existan variables con las que no contó. ¿Y si el cometa que tanto desea encontrar se ha extinguido, desintegrando todas sus esperanzas a la vez? ¿Y si sencillamente chocó contra un planeta, o incluso contra un sol, dejando tan sólo un rastro confuso de piedras violáceas esparcidas por el universo? ¿No era ése, al fin y al cabo, el destino final de los cometas? Demasiadas preguntas. Demasiados caminos. Todo se reduce a dos opciones, ninguna más alentadora que la otra. La primera es seguir el ejemplo de Andoni: continuar con la misión hasta el final, combatiendo los fantasmas de las posibilidades infinitas del destino. La segunda: reparar el tablero de navegación de la nave y tratar de regresar a casa, o al menos a lo más cercano a esa definición, sabiendo que terminaría sus días peleando con su conciencia sobre una meta inconclusa.

No. No dejaría que su alma volviera a consumirse en un laberinto de memorias y probabilidades. Nunca más permitiría que las imágenes cotidianas atravesaran borrosas sus ojos. Sus ojos heridos por la ausencia. Y la ausencia acompañándolo siempre, como una gran contradicción. A contratiempo seguirían transcurriendo los años, disolviéndose tan vagamente como habrían llegado, dejando vestigios de hielo y distancias irregulares.

Resuelto, Josef tomó el diario y las diminutas rocas, guardándolos en la caja donde los había descubierto. La cerró cuidadosamente y se incorporó. Se aferró a su nuevo tesoro, como si su vida dependiera de ello, y salió del camarote. Tal vez no estaba tan equivocado: una vez más, estaba adoptando la esperanza como combustible para su viaje. Anduvo errante entre pasillos derruidos, máquinas escupiendo cables y chispas, y bodegas aún humeantes tras la destrucción que dejaron los piratas espaciales, hasta que se enfrentó a una encrucijada más (como si no hubiera tenido suficientes). ¿Debía volver a su cápsula e intentar emprender de nuevo el camino, aunque con coordenadas prácticamente definidas al azar? ¿O quizá sería una mejor opción permanecer en la estación? Al menos aquí aún había provisiones suficientes. Para cuánto tiempo, no lo sabía con exactitud, pero estimaba un par de meses, racionando todo cuanto le fuera posible. De quedarse en este lugar, podría investigar posibles destinos para su viaje o, incluso, intentar seguir el rastro de los piratas, en busca de una oportunidad de ampliar su colección de polvo cósmico. Sólo había un pequeño inconveniente: la plataforma interestelar no sería nada fácil de mover. Aún con el suficiente combustible, necesitaría la tripulación adecuada para desplazarse hacia cualquier sitio. Sólo quedaba una cosa por hacer...

Era una locura, lo sabía. Se decidió por una tercera opción: se movería sin moverse. Desactivando los campos gravitacionales, podía procurar que la estación flotara. Aunque, eso sí, sin un curso definido. Esperaría, a la deriva, hasta llegar lo suficientemente cerca de algún planeta como para ser atraído por él y, justo antes de estrellarse en la superficie, escapar en la nave y tratar de aterrizar. Entonces ya vería cómo arreglárselas. Lo que el Dr. Josef Herz estaba a punto de hacer era una locura, sí. Ciertamente, no sabía qué esperar. Pero a estas alturas, ya no se trataba de esperar, sino de vérselas con su destino. Y para eso, estaba dispuesto a intentar cualquier cosa.

Now I'm ready to start
I would rather be wrong
than live in the shadows of your song
My mind is open wide
and now I'm ready to start
Your mind surely opened the door
to step out into the dark
Now I'm ready.

- Arcade Fire

20101025

El Cometa VII: The journey is the destination.

Heidelberg, Alemania. 27 de julio de 2208

Cinco meses. Cinco meses y diecinueve días han pasado desde mi primer y único encuentro con Melpómene. Sí, lo sé. No es exactamente normal ponerle nombre a un cometa, al menos no para la gente común y corriente, como yo. Sencillamente no lo pude evitar. Debe existir en este mundo algún astrónomo que lo haya visto desde su telescopio y lo haya nombrado de una forma menos coloquial; muy posiblemente con un número, tal vez un par de letras. Pero al menos me quedará siempre la satisfacción de saber que mi ocurrencia fue infinitamente más adecuada. Después de todo, desde ese día tengo impulsos recurrentes por escribir. No lo hago diario, y no siempre las páginas logradas sobreviven. No sé si mis líneas tienen un grado de coherencia, como tampoco tengo la certeza de que alguien las leerá algún día. Sólo espero que sirvan para explicar esto que me pasa. Sólo quiero vaciar mi mente en el papel; mi sangre se diluye en tinta y los trazos flotan como hilos de recuerdos. Melpómene es la musa de mi tragedia.

¿Cuántos caminos he recorrido? Aunque lo intentara, no podría decirlo con exactitud. Mi travesía comenzó en Cataluña, o lo que queda de ella, tras ser bombardeada durante la Guerra del Estatut en el 2106. A lo largo de mi paso por la región, he conocido pueblos en reconstrucción y ciudades cuyas calles se resquebrajan en añoranzas de paz. Entre villas y viñedos, atravesé Francia, sin encontrar lo que he estado buscando desde mi partida: polvo cósmico. Lo extraño del caso es que ni siquiera estoy seguro de que un puñado de piedras que nunca he visto pueda recrear lo que pasó esa última vez. El cielo era rojo, casi color púrpura, y llovía. Justo como ahora. La diferencia es que ahora me siento mucho más solo que antes. Llevo semanas sintiendo cómo este vacío crece y me carcome las entrañas lentamente. Como si el cometa se hubiera llevado algo de mí, no sé qué todavía. Algo importante. Mi risa, tal vez. Mis lágrimas. El significado de mi mirada. Mi certidumbre. Es algo tan abstracto que consume mi respiración. Y lo hace tan furtivamente que, cuando me doy cuenta, ya se me escapó un suspiro.

Ayer soñé que no me había rasurado. Ni la barba, ni las ideas, ni el tiempo. De repente era el mismo de hace unos años. Apenas había entrado a la Academia Espacial y tenía por delante siete años de cursos, teorías y prácticas. Al final, todo salía bien: me graduaba con honores y me convertía así en astronauta de la European Space Agency. Lástima que fue sólo eso: un sueño. Cuando desperté, recordé que en realidad había viajado tan lejos como me había sido posible de ese mundo. O tal vez era una excusa para huir de la posibilidad de descubrir otros mundos. Lo cierto es que tenía miedo de convertirme en un viajero de casualidades inconclusas. Alguien con miles de kilómetros a cuestas, con cientos de paisajes en la maleta, pero sólo un puñado de recuerdos de cada lugar que había visitado. Quizá ni siquiera eso. Sentía que si me alejaba en pos de otros planetas dejaría de apreciarme a mí mismo dentro de éste. Me perdería dentro de un entorno tan cambiante que no alcanzaría a reconocer los pequeños pedazos de coherencia en él. Como cuando armas un rompecabezas y te encuentras dos piezas totalmente opuestas: de distinto color, tamaño y forma. Y aún así, sabes que pertenecen a la misma imagen fragmentada. No importa tanto qué piezas escojas para empezar, ni el orden en que decidas unirlas, si después de todo estás a gusto con el resultado.

Ahora mismo, me veo tentado a sentarme en una banca de piedra para descansar. En lugar de eso, solamente me detengo tras la cortina de agua creada por los brazos de un árbol para contemplar el implacable discurrir del río Néckar a través de los puentes, que sólo son testigos de su determinación. Frente a mí, a un par de kilómetros pendiente abajo, se encuentra el inconfundible Alte Brücke, entrada a la parte antigua de la ciudad. Al fondo se eleva el castillo de Heidelberg como un guardián cansado que ha visto de todo al pasar de los siglos. De pronto, las nubes sobre él emprenden la retirada, y resurgen los instantes perdidos como aves cantando, haciéndome regresar a este presente improvisado. Entonces reanudo la caminata que había postergado para cederle unas horas a mis pensamientos. Sé que seguirán cayendo como las hojas del otoño, lejano aún. Sé que en algún momento tendré que lidiar con ellos, recogerlos antes de que se amontonen y me sea imposible decidir cuáles son dignos de guardar, o cuáles merecen ser desechados. Y mientras mis pies continúan guiándome a lo largo de la Philosophenweg (la Vereda de los Filósofos), todo empieza a recobrar el sentido.

Sí, todo parece más claro ahora. Tanto como los rayos de sol que recién se asoman entre el verde de las hojas, luchando por devolverle el color a este paraje deslavado por la lluvia, que comienza a refugiarse en la memoria de caminantes como yo. La luz y las respuestas se filtran por las ramas. Gradualmente se esfuma la palidez de una conclusión que tardó meses en llegar. Habitaba en lo profundo de mi alma; me hacía dormir con los brazos extendidos y el corazón encogido. Soy consciente ahora de que uno no elige las distancias que recorre, ni las piezas que le tocan para armar. Igual que no escogí el destino de este diario, sino él a mí. Al fin entiendo que ella es más fuerte que yo. Esta fuerza de gravedad empeñada en controlar mis acciones, que fluye en mi sangre como el opio de mi ansiedad. Pues bien: he decidido no andar errante por el mundo, buscando certidumbre en un rastro de pequeñas rocas espaciales. Tal vez la última pieza de mi rompecabezas no está en este planeta. Tal vez fue justo eso lo que me robó el cometa: la última pieza de mi cordura. Ya no importa. He decidido recuperarla... Creo que estoy hablando como enamorado. Concluyo entonces: si por amor he de seguir caminando, caminaré. Si por amor he de seguir escribiendo, escribiré. Si por amor he de buscar ese cometa, al menos para acercarme fugazmente a su estela, lo buscaré. Sólo así sentiré que pertenezco a un motivo. Sólo así estaré, por fin, viviendo.

Andoni

Life is what happens to you while you're busy making other plans.
- John Lennon




20101011

De semanas y estaciones


Lunes. No sabes si despertar o quedarte dormido. No sabes si enfrentarte a la monotonía de la realidad. Ni siquiera estás seguro de que ésta sea la realidad. Sólo sabes que existes, sí, pero: es estar aquí todo lo que quieres?No te gustaría moverte, viajar, recorrer países? O mejor, crear nuevos mundos?

Terminas por despertar y decides que el rompecabezas que has estado intentando resolver está en tu mente y nada más. No hay piezas, aunque sí hay huecos sin llenar. Escribes, esperando rellenar ese vacío con palabras ligeras escogidas al azar. Escribes, esperando. Escribes esperanza. Después lo que lees parece no tener demasiada coherencia. Tal vez sólo la tiene cuando tu mente va dictando a tus dedos los pasos a seguir. En ese preciso instante en el que tu universo se calla y lo único que escuchas es tu voz en el interior de tu cabeza. Pones atención a su relato, pero lo haces a medias, porque tienes temor de que tus sueños se mezclen demasiado con tus secretos, y ya no distinguir unos de otros, hasta el punto en que se fundan y tengas que gritar para sacarlos.

Las mañanas y las noches dialogan en un conteo infinito de postes de luz. Las semanas transcurren sin inmutarse, como en cables de teléfono a través de una ventana de este tren de incertidumbre. Las mañanas y las noches dialogan en un conteo incesante de tardes, estaciones y caminos.

Y mientras transitas por esta irrealidad, tratas de refugiarte en una sonrisa que te devuelve la cordura que no quieres. Sólo quieres mirarla fijamente, y conversar de tardes y recuerdos. Quieres saltar del tren con ella para viajar a un mundo nuevo y a la vez conocido. Quieres dejarte de palabrerías insulsas. Así tal vez un día puedas partir de la estación de sus ojos, y quizá puedas llegar al destino que encierra su boca.

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20100920

Hoja en blanco

Una hoja en blanco puede conducir al vértigo. Cuando me siento a escribir trato de no pensar en nada pero, si he de ser sincero, termino por distraerme ante la menor provocación. Tal vez mi distracción sea involuntaria, tal vez no. Dentro de las líneas que van apareciendo en pantalla habita una parte de mí. Incluso podría atreverme a decir que, una vez estando frente al texto, me cambia la cara. Mi expresión es muy parecida a la que puedo ver cuando me miro al espejo. Podría decir que soy yo mismo, y nada más. Y nada más importa, porque entonces es como si intentara establecer un diálogo conmigo, desde el teclado de una computadora, que conozco tan bien como mi voz.

El único problema de esta interacción es la frecuente manía de mi otro yo, el mental, de hablar en un idioma a veces incomprensible. Como si no pudiera decir una sola cosa al mismo tiempo. Como si en lugar de un sólo reflejo, hubiera decenas de ellos. Y los hay. Pienso que quien habla a través de mis dedos es una especie de representante de todos. Quizá es quien ha ganado la partida en ese momento, según mi estado de ánimo. Y cuando ganan la apatía o la indiferencia... bueno, es suficiente decir que la hoja seguirá en blanco.

Es precisamente esta condición de pertenencia hacia mí la causante de que las palabras a veces se rehúsen a materializarse. En lápiz, en tinta, en bytes. Cada letra es un pequeño trozo de mi mente. Incluso de mi alma. Entonces, no quiero escribir lo primero que se me ocurra, porque eso supondría correr el riesgo de perder el control sobre lo que se lee de mí. Como si cada árbol del bosque de mi mente perdiera una hoja al azar. Por supuesto, no puedo decidir qué hoja habrá de desprenderse, eso sí será un misterio para mí, al menos hasta que termine de escribir. Pero al menos sí puedo elegir el árbol del cual caerá.

Debo confesar que sí he escrito sin pensar. Alguna vez lo hice con tanta frecuencia que mis ideas se agolpaban en mi cabeza, torrentes de sangre y electricidad, desesperadas por salir. Y no es malo dejarse llevar. Nunca lo es. Los problemas vienen cuando se pierde la noción de pertenencia de la que he hablado. Porque las palabras, al brotar desde impulsos nerviosos de los músculos y huesos de mis manos, nerviosos impulsos son. Se asemejan a notas musicales sin un pentagrama donde alojarse. Desordenadas, sin un lugar donde vivir. Sin destino, sin motivo. Pinceladas de recuerdos sin un color definido. Y las gotas de lluvia de mis sueños escurren entre los párrafos, tratando de encontrar un significado. Un destinatario que pueda leer un mensaje traducido de un idioma a veces incomprensible. La hoja en blanco se convierte en una botella navegando en un mar de incertidumbre. A la espera de ser hallada, sobreviviendo tormentas. Haciéndole frente a las circunstancias.

Una hoja en blanco puede conducir al vértigo. No sé si escribiendo lo supero. Tan sólo sé que es una sensación tan embriagante como tratar de descifrar el secreto de unos ojos cafés bajo el sol matutino de otoño.

20100622

Lluvia de meteoros (El cometa, parte 6)


Saint Feliu de Llobregat, 8 de febrero de 2208

Hoy fue un día común y corriente, excepto por un evento en particular. En realidad, trato de no darle demasiada importancia. Después de todo, ¿quién se fija en el cielo en estos tiempos? No debe haber sido nada relevante. Bueno, admito que era una extraña combinación de luces y colores. Nada del otro mundo, tomando en cuenta que eso podría atribuirse fácilmente a nuestra espeluznantemente contaminada atmósfera, dependiendo de la hora del día y la estación del año.

Miento. No tengo idea de a quién trato de engañar. Desde el principio me parecía que había algo raro en el ambiente, sabía que éste sería un día especial, o por lo menos, no tan común. Además del habitual tono amarillento de nuestro cielo, algo llamó mi atención. Usualmente habría sentido el calor del sol bajo la planta de mis pies, y la brisa escurriéndose entre mis dedos como agua corriendo río abajo entre guijarros. En un día cualquiera, habría escuchado el silencio persistente de mis sueños acechando mi mente. Pero hoy no: hoy el aire se sentía más denso que de costumbre, como si hubiera reunido a su paso la ansiedad de todos con quienes se cruzaba en su camino, reuniendo el barro de sus conciencias y esparciéndolo indefinidamente.

Entonces sucedió. Primero una, dos, tres diminutas explosiones casi imperceptibles entre las nubes. Después, fueron aumentando tanto en tamaño como en intensidad, invadiendo la palidez circundante con colores: azul, violeta, negro, naranja. Semejaban gotas de tinta salpicando una hoja en blanco, desvaneciéndose poco a poco mas no del todo, dejando una huella indeleble tras de sí.

Naranja, bermellón, escarlata, carmín, sangre. Al final, el manto amarillo se desgarró y de él sólo quedaron algunos jirones dispersos entre el vino derramado por la fatalidad. Y entre matices de rojo y violeta, se formaron nubes azules de tormenta, que reventaron sin más. Lo que siguió fue una atmósfera húmeda de tristeza y tranquilidad simultáneas. Casi de desolación. Al menos a eso sabían las gotas de agua que mi lengua se atrevió a probar. Nunca sabré si este acto terminó por condicionar mi vida, o si mi alma se condenó con la visión que, a lo lejos, se presentó ante mis ojos.

Comenzó como un punto blanco. Gradualmente fue creciendo, hasta convertirse en una masa incandescente, visible a varios kilómetros. Caía entre nubes de vapor formadas a partir del contacto del agua en su superficie. Estrepitosamente, se impactó contra el suelo y lo atravesó cual recuerdo al corazón. Fue el primero de muchos. Los meteoritos continuaron descendiendo, perforando la tierra, sin dejar más rastro que pequeñas e intermitentes heridas.

…Y ahí estaba: miles de kilómetros por encima de mí, había una diminuta franja de luz haciéndole compañía al viento. Implacable, definitiva. La primera vez que la vi resultó ser una suerte de aventura insensata a la que muy pronto habría de sucumbir. A pesar del entorno a priori tan poco alentador, me di cuenta que el cometa tenía un efecto especialmente relajante sobre mí. Pocas veces me había sentido tan… tan… tan yo. Lo curioso, no obstante, es que ahora no puedo concebir mi vida como lo hacía antes. Siento como si uno de esos meteoritos se hubiera insertado en mis huesos y músculos, creciendo indefinidamente. ¿Quién sabe? Tal vez algún día el silencio insistente de mis pensamientos se convierta en un grito, provocando una reacción en cadena que me haga estallar.

Andoni

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5


20100601

Combustión interna

El cielo reflejado en el espejo me pareció más bien como una mancha oculta. Como un pincelazo de azul accidental sobre el lienzo de la ventana. Los sonidos subían hasta el quinto piso, recorriendo entumecidos la superficie de concreto del edificio. Y yo… con la mirada perdida en mi propia imagen, tratando de descifrarla. Mi piel no tenía color, ni mis ojos luz. Extrañamente, mi ropa se mimetizaba con el entorno casi por completo, como si estuviera hecha de un material transparente. Como si poco a poco se desintegrara, y yo con ella, absortos en el aire.

Hasta que hubo una pequeña explosión dentro de mí. La sangre comenzó a fundir mis huesos y mis músculos ya no eran más que puñados de cenizas. De pronto soy una masa amorfa e incandescente, una bola de fuego. Salgo intempestivamente por la ventana, rompiendo los cristales, alimentándome de cada partícula de aire a mi alrededor. A toda velocidad, me dedico a hacer perforaciones en las nubes. Arriba y abajo, de un lado a otro, aprovechando que ni siquiera se inmutan. Me decido a hacer permutaciones de tiempo y de lugar. Cambio de momento. Cambio de ciudad.

Los segundos no me pesan al pasar bajo los puentes, entre los rascacielos, jugando entre tejados y cúpulas de iglesias. Los automovilistas están tan concentrados en su diario devenir que no sienten mi presencia. Sólo los perros osan seguirme: para ellos soy la brisa cálida anunciando la llegada del verano, y corren esquivando bicicletas distraídas y pisando flores divertidas. Las parejas en el parque entrelazan sus manos y se besan; alardean al universo lo singular de sus momentos. Los veo y fugazmente les sonrío. Y a aquel tipo solitario que lee sentado en una banca me permito regalarle un puñado de hojas de árbol chamuscadas. Algunas se convierten en plumas y flotan en el lago que descansa frente a él. Entonces ríe sorprendido, pues cae en la cuenta de que lo que quiere es escribir.

Continué mi travesía dirigiéndome hacia el mar. Desde arriba pude ver el movimiento y la textura de las olas. Me acerqué, volando al ras del agua, intentando refrescarme (consciente de lo que eso implica). Sin pensarlo demasiado, subí. Subí hasta que la espuma se confundía con los trozos de algodón flotando. Esta vez sí se movían y no dudaban en envolverme tan gradualmente que robaban mi energía. La guardaron para después asustar a navegantes extraviados con un par de relámpagos hambrientos de embarcación. Y me dejé caer. En el instante del impacto con el agua, ya nada importaba. Nunca importó, realmente. Me hice vapor y me esparcí por la superficie, disolviéndome con el aire tan lenta como tranquilamente.

Al final, frente a mí se encontraba un yo aparentemente idéntico, pero extrañamente diferente. Aunque la esencia de mi reflejo parecía no haber cambiado, la imagen que me devolvía el espejo me reveló al fin parte de un misterio inesperado escondido en mi mirada. Es una lástima que no pueda arrojarme al vacío desde un séptimo piso por curiosidad. Tampoco se trata de matarme así como así. A veces creo que ya lo estoy haciendo, tan despacio que hacen falta estos lapsos de imaginación para intentar evitarlo. Y funcionan.




20100518

De Ícaro y un gato con tres pies

Soñé que mi gato tenía tres pies. De pronto maullaba y trepaba por las paredes, feliz. Porque a pesar de su inexacto número de extremidades, no había disminuido su agilidad. Usaba su cola para impulsarse, e incluso me atrevería a decir que, más que una desventura, su condición le había favorecido, pues se había descubierto capaz de sobreponerse a cualquier eventualidad del tipo que llamamos altamente traumática.

Soñé que el cielo se tornaba amarillo, con abundantes matices rosas. Sí, como en la película. Volaba hacia él y cometía la osadía de morder una nube. Sabía a vainilla. Tal vez un poco a fresa. Inesperadamente, me sentí una especie de Ícaro suicida: queriendo acercarme cada vez más al sol, sabiendo que mis alas no resistirían el calor... haciendo caso omiso a mi precavido subconsciente. Así que entre más alto estaba, mi vértigo crecía. Conforme la cera que unía las plumas se derretía, comenzaba a perder velocidad. Pero no me importaba. Tan sólo quería llegar tan alto como me fuera posible, hasta que dejarme caer resultara tan gratificante como lo había sido volar. Y entonces, precipitarme al vacío con la misma libertad que lo hace una gota de agua. Con la misma certidumbre. Con la misma claridad.

Y mientras dormía, el tiempo se daba el lujo de detenerse. La lluvia se convertía en una cortina infinita de granizo. La luna matutina se paralizaba, como reconociendo su intrusión en el espacio. Entonces los pájaros intentaban comérsela; inmóviles, tendrían que conformarse con un baño de luz filtrada por los árboles. Las estrellas agradecían flotar indefinidamente, con el viento partícipe y testigo, sus brazos traspasándolo en un abrazo inconcluso. Y yo veía todo como a través de un espejo. Como desde un beso.

Abro los ojos y recibo un golpe de realidad. Caigo en la cuenta, una vez más, de que a pesar de mis intentos todo sigue transcurriendo. Sin importar mis esfuerzos por juntar plumas y cera, al final no sé volar. Y con todo y mi tendencia natural a complicar lo simple, ni siquiera tengo gato.

Faster than the setting sun we'll run away.

-Fyfe Dangerfield


20100427

El hubiera

Y bueno... seguramente las 5 personas que leen esto ya se dieron cuenta que la historia del cometa está en stand by. Evidentemente, padezco de writer's block (as usual), pero también carezco de motivos para continuarla. No es que no sepa cómo hacerlo. Más bien, es que no encuentro una razón de fuerza para pensar que vale la pena. En fin, mientras eso se decide, aquí les dejo mi pequeña e improvisada teoría sobre el hubiera, que mencioné en otro post. Ya tiene un par de años que la escribí. Sobra decir que en ese momento acababa de leer "Rayuela" (léanlo), y además me sentía un poco como pieza de rompecabezas dentro de una caja de objetos perdidos. Ya saben, de ésas que te encuentras y piensas "esto ¿qué?". He aquí el resultado. Siéntanse libres de comentar lo que quieran, ya sea sobre esto o sobre el cometa.

Al borde de la otredad: ese estado en el que el hombre se descubre solo en el mundo, provocando así la búsqueda por su individualidad y, según Cortázar, hace un salto hacia sí mismo, de una forma tan violenta que termina cayendo en brazos de otra persona. Es así, al filo de una locura involuntariamente adquirida (¿o voluntariamente?) que me pregunto sobre la existencia de un pasado alternativo, condicionado al significado de una palabra: hubiera.

El hubiera existe. No hay duda de ello. Es un vacío que te carcome por dentro, que devora tus entrañas y se da un festín con tus pensamientos. El hubiera es un estado de conciencia que puede ir ligado ya sea al arrepentimiento o al anhelo (casi siempre es lo primero). Es lo que te hace perseguir tu sombra en la mañana y olvidarte de ella en la tarde, vacilando entre lo hecho y lo deshecho. Entre límites vagamente definidos, escalando cordilleras de razón, cuidando de no caer en abismos de moral que puedan volverte loco. Es darle condición de privilegio a la duda, tren de pensamientos que amenaza con matar a aquel que ha osado entrometerse en su camino. El hubiera es una guerra entre polos mentales. De tal modo que sí: es un mal necesario.

Si el hubiera no fuera, habría un detonante menos para la otredad. Menos razones para preguntar. Menos conflictos, eso sí, pero también menos aprendizaje. Menos indagaciones dentro del laberinto de la personalidad. Si el hubiera no fuera, probablemente muchos dejarían de conocerse un poco a sí mismos, y pretenderían conocerse a través de otras personas, como refugiándose de sus propios seres. Si el hubiera no fuera, yo no me habría atrevido a querer transgredir tus límites, ni a desear que tú lo hicieras con los míos.




20100330

La casa del árbol

Arriba. No. Más arriba. Un poco más. Ahí está bien, sí. Ahora espérame, tengo que subir, estoy muy cerca del suelo. ¿Qué dices? No, ¡qué va! A esa altura no puede alcanzarnos nadie, ni nada. Es la altura ideal. No, si vamos más alto, el viento no nos dejará en paz. Y más abajo ese maldito gato nos puede traer muchos problemas. Sí, tienes razón, siempre podemos ir adonde nos plazca. Pero el punto no es ése. Se trata de tener la mayor tranquilidad posible, tanto para nosotros, como para ellos. Lo sé, todavía no nacen y ya me estoy preocupando. En fin, es lo que hacen los padres, ¿no? Venga, ayúdame un poco, no puedo moverme tan libremente como tú.

Ah, así está mucho mejor. ¡Oye, qué buen lugar escogimos! En verdad tienes muy buen ojo para estas cosas, querida. Permíteme felicitarte por tu excelente elección. Ya, ya, no seas tan modesta. Definitivamente, aquí estaremos bien. No me cabe la menor duda. Y todo, gracias a ti. Creo que nunca está de más decir cuánto te quiero ¿verdad?

...¿escuchaste? Sshhh... espera... No, creo que no ha sido nada. Debe ser que estoy cansado por el viaje. Acabamos de llegar y ya me estoy poniendo nervioso. Trataré de relajarme. Seguramente es esa ardilla que tendremos por vecina. ¡Buenos días! ¡mucho gusto! Mmm... más vale llevar la fiesta en paz desde el principio ¿no crees?

¡Qué bonito se ve el cielo! Es la ventaja de no estar en una colonia con edificios muy altos. Sí, de ésos que hacen que uno se sienta sin aire. No sé, en esos lugares tan habitados de pronto miras hacia arriba y te sientes frente a un rompecabezas azul y gris, cuyas piezas parecen a punto de caerse. Intimida mucho. Acertamos cuando decidimos mudarnos acá...

Otra vez ese crujido... ¡Oh, no! ¡Es ese gato! Parece que lo subestimamos, ¡está subiendo por las ramas! Viene hacia acá, ¡está muy cerca! Vuela, amor mío, no te arriesgues. ¡Yo lo distraeré! No, te he dicho que no puedo moverme fácilmente. Prácticamente estoy perdido. Tú puedes salvarte. ¡Mira! Ahí va esa ardilla... Valiente vecino habríamos tenido... En fin, cada quien se rasca con sus propias uñas. Bueno, ahora es tu turno. ¡He dicho que no! ¡Vete! ¡Déjame aquí!... ¡No, espera! ¡no lo hagas!

Aún no puedo creerlo. Todo iba tan bien y, de repente, se convirtió en catástrofe. En un momento. Ni siquiera me alcanzó para contener el aire. Ni siquiera para gritar. Ni siquiera para mirar. Aunque, claro, no tenía la mínima intención de hacerlo. Lo que pasó fue horrible, por decir poco. Fue como un relámpago gris fulminando mis ganas de vivir, como si mi corazón hubiera dejado de bombear sangre y mi cabeza se hubiera desconectado por completo de mi cuerpo.

¿A dónde iré ahora? No me quedan lugares. No sin ella. No me queda nada. Todos mis planes se han venido abajo en un santiamén. Todos. Nuestros planes. Todo mi universo giraba en torno a la certidumbre de que ella me amaba. Porque me amaba. No, no debió hacerlo. Sacrificarse así, sin pensarlo. ¡Dios! ¿por qué no permitiste que fuera yo? ¿por qué dejaste que ese felino prefiriera los audaces movimientos de mi amada sobre mi indefensa lentitud? Y después, casi burlonamente, me miró a los ojos y se marchó. Tuvo el descaro de mirarme, regodéandose en su maldad, y dejarme muriendo de desesperación. Agonizando de vacío. No puede llamarse de otra forma. No puedo volar. Aunque pudiera, no quiero hacerlo. Mi ala rota puede sanar, pero mi alma ha quedado tan dañada que parece un conjunto de nubes desintegrado por la fría tempestad del destino. Y de repente, y para siempre, nada. Sólo oscuridad y silencio.

20100323

Stardust 906 (El Cometa, parte 5)

Hasta ahora, ha sido un viaje largo. Ya lo esperaba, pero igual le ha parecido extenuante. Estaba a punto de darse por vencido. Mejor dicho, ya lo había hecho. Entre estadísticas y hechos, sus sueños no parecían resistir los embates de la probabilidad. Su confianza estaba siendo minada por la mala suerte. Estaba, a todas luces, perdido. Tras de sí había un gran vacío consumiéndolo todo. Aún podía sentir la gravedad sobre su cuerpo pero, más que nada, sobre su espíritu. Apenas hace unos cuantos años luz pudo restablecer su rumbo, al menos temporalmente. Josef no imaginó que la estación espacial estuviera tan apartada. En un principio, incluso dudó de su existencia; imaginó que se trataba de un fragmento de algún asteroide, o tal vez un pequeño y desconocido planeta. Cuando por fin arribó a la plataforma múltiple de despegue, lo primero que hizo fue recostarse en su asiento, dentro de su cápsula. Poco a poco, fue cerrando los ojos, el silencio circundante se hacia cada más intenso, adueñándose de su conciencia...

Soñó que era miembro del equipo de la estación. No tenía muy claro su puesto, solamente se sabía relacionado a la logística de envíos a otras estaciones. Trabajaba organizando embarques, cuando el lugar fue atacado por piratas espaciales (de quienes sólo había escuchado en cuentos de su niñez). Los corsarios destrozaron el lugar: saqueando, matando, destruyendo todo a su paso. Notó algo curioso en su comportamiento. Además de saciar su mezquina hambre de violencia y posesiones, parecían buscar algo con ahínco. Transcurrieron tan sólo unos momentos para confirmarlo. Uno de ellos (el contramaestre, por lo que pudo deducir) se dirigió a él y lo agarró por el cuello, sin darle tiempo a oponer ningún tipo de resistencia a su fuerte brazo. ¿Dónde está?, le gritó a Herz. (¿Dónde está qué cosa? contestó él, asustado) Escucha, pequeña rata, no hemos viajado millones de años luz, arrasando colonias y planetas enteros como para que no estés enterado, pero aún así te lo diré. Buscamos polvo cósmico. (¿p-p-polvo cósmico?) ¡Sí! Específicamente, aquél que se desprende de ese famoso cometa del que hablan todos en la galaxia: Melpómene. (¿Melpómene? ¿no era eso un asteroide?) ¿Y cómo pretendes que lo sepa? Yo sólo sé que ése es el nombre del cometa, lo demás no me interesa. Ahora, mi paciencia se agota, y mira que tienes suerte de que yo no sea el capitán, ¡él ya te habría matado! Te repito la pregunta: ¿dónde está? (no... creo que hay un error... el nombre de la estación no tiene nada que ver con ese polvo cósm.) ¡Mientes! lo interrumpió el pirata, ¡ya me hartaste! Sacó su cuchillo y lo deslizó sin piedad sobre la garganta de Josef... Un gran destello blanco, acompañado por una sacudida, lo hicieron despertar. No escuchaba otra cosa más que el sonido de su agitada respiración. No recordó de inmediato dónde se encontraba. Tuvo que sentir el tacto húmedo del sudor en su traje espacial para regresar a la realidad. Ese sueño fue de lo más estresante que había experimentado desde hacía mucho tiempo. Después de tomar un rápido refrigerio, decidió salir a explorar el sitio.



Lo primero que vio -y que no notó al llegar- fue el nombre de la estación sobre un inmenso panel metálico, dominando el puerto de carga y descarga: "ESTACIÓN DE INTERCAMBIO STARDUST 906". Curioso, pensó, sin darle mayor importancia a tan extraña coincidencia. A su alrededor, todo era desorden. Por todos lados había contenedores tirados formando pequeñas islas de desperdicio en un mar de papeles (¡Papel! ¡Pero qué civilización tan rara que todavía confiaba sus registros a tan exótico material!). Avanzó un poco más y vio una pequeña colina de libros chamuscados, sorprendiéndose aún más de encontrar reliquias tan valiosas en un lugar tan inesperado. Pero cuando se acercó, observó con más detenimiento. En ese montón de basura y cenizas, no había solamente restos de libros. El bocadillo que había comido hace unos minutos estuvo a punto de regresar hasta su boca después de reparar, horrorizado, en las decenas de cráneos y huesos amontonados... Piratas. No podía haber otra explicación. Los cuerpos y libros quemados son, como dice la leyenda, su tarjeta de presentación. Esta vez, Herz no pudo evitar que la duda lo asaltara. Había ahora dos coincidencias entre su sueño y lo que estaba viendo en ese andén abandonado. Sacudió la cabeza y no le permitió a su imaginación imponerse a su cordura. Al menos, no por el momento, pues tenía que continuar investigando.

En el puente de mando no encontró mucho, pero sí algo de una relevancia potencial enorme. En el suelo, colgando de una silla, estaba lo que parecía haber sido la chaqueta del capitán de la estación. Al hurgar en los bolsillos, extrajo un pequeño objeto de tenue brillo: una llave. Dedujo que con ella podría abrir la puerta de su camarote. Afortunadamente, no tuvo que recorrer demasiados pasillos para dar con él. Comenzó a registrar la habitación, sin hallar algo fuera de lo común: una cama, un escritorio, un armario y un par de repisas. Un tanto decepcionado, se disponía a salir cuando, de pronto, algo llamó su atención. En una esquina del umbral de la puerta, en un ángulo desde el que pasaría totalmente desapercibida para cualquiera que no mirara hacia arriba, había grabada, casi ilegible, una letra "M" dentro de un círculo. Un vago presentimiento lo invadió y entonces se quedó examinando el borde del dintel, recorriéndolo lentamente con la mirada, hasta que descubrió una pequeña ranura, prácticamente imperceptible, a unos cincuenta centímetros del piso. Tomó unas tijeras del escritorio (no sin antes preguntarse para qué demonios las usaría alguien en un lugar como éste) e introdujo las puntas en la ranura. Haciendo palanca sobre la vieja lámina que servía de recubrimiento, logró desprenderla, dejando a la vista un agujero del ancho del muro y tan largo como su mano. Con la excitación propia de quien por fin descubre lo que buscaba, sacó de él una pequeña caja metálica, cerrada con un seguro. Forzó el seguro, la abrió y no dio crédito a lo que veía. Dentro había un cuaderno negro con pasta rígida, una especie de bitácora, pero no fue eso el objeto de su admiración. Como atraídos por un imán, sus ojos no podían apartarse de los tres fragmentos de piedra de color violeta descansando en el fondo de la caja. Simplemente no podía creerlo, estaba demasiado entusiasmado. Pensaba que nunca sería capaz de ver este material tan de cerca y en tales cantidades. Si. Era polvo cósmico. Y no cualquier tipo de polvo: polvo de un cometa único en galaxias enteras. Su cometa. Esto último lo confirmó al ver lo escrito en la tapa del cuaderno: "Melpómene". Y entonces comprendió aquellas coincidencias entre lo que su subconsciente le hizo pasar mientras dormía y lo que estaba viviendo ahora. Era la evidencia final. Estas diminutas rocas aparecieron en un lugar tan extraño, tan inesperado y, sobre todo, tan lejano, que sólo pudo empezar a creer un poco en las hipótesis del Dr. Schicksal. Esto debía ser cosa del destino. Lo más impresionante, por si la sola existencia de las piedras no lo fuera, era el darse cuenta de que el cometa tenía gran poder y alcance no sólo en su planeta, sino también en infinidad de civilizaciones habitando este universo. Más aún, embelesaba por igual tanto a esta gente, como a la de su planeta. Decidió rebautizar su cometa, al menos coloquialmente, con este nuevo nombre que le parecía más adecuado, considerando sus ya conocidas características.

Melpómene. En la primera página del cuaderno, evidentemente escrita por el capitán, leyó una corta pero reveladora nota: "Lo que aquí intento reflejar con la insuficiencia de mis palabras es mi visión del mundo, alterado irremediablemente después de haber tenido la suerte de contemplar la estela del cometa. Tan sólo trato de mostrar el efecto que tiene sobre mi alma, al grado de viajar por años luz queriendo capturar siquiera un poco de su esencia. Irónicamente, mientras más me acerco más parece alejarse de mí".

Invadido por la curiosidad, comenzó a leer...






20100311

Cosecha

Las manzanas caen sobre la acera, semejando un montón de pelotas de tenis. Rebotan. Ruedan. Algunas se pierden en los confines del sistema de alcantarillado. Otras más afortunadas llegan a manos de algún niño con hambre y suerte suficiente para disfrutarlas en toda la extensión de su imperfecta circunferencia. Un perro toma una, mueve la cola alegremente de lado a lado, y echa a correr, satisfecho con el fortuito botín que ha conseguido.
A contraluz, la franela a cuadros rojiblancos se convierte en un puñado de flores de cerezo. Descienden, tan lentamente como flotan los pétalos que se han desprendido de la flor, cargados de ilusiones y esperanza. La gravedad les imprime un carácter nostálgico y retrospectivo, contrastando con el aire renovado de azul humedad.
La canasta de mimbre ha resultado en un conjunto prematuro de otoño: pequeños trozos de virutas se dispersan poco a poco sobre el suelo, testigos de los pasos displicentes de los niños con camino a la escuela, y forman un efímero camino que se funde con el paso del viento.

Bajo el alegre amarillo del sol, los árboles parecen hablar entre sí, contándose los secretos de los enamorados. Las aves comparten pedazos de nube con el tiempo. Las ranas se comen los instantes y los lirios respiran sobresaltos. Y mientras, ella es feliz. Ha decidido dejar atrás su presente y su pasado. Incluso, podría decirse, su futuro.
¿Cómo se deja atrás algo no acontecido aún? Tal vez atrás no sea la expresión exacta. O, mejor dicho, tal vez no sea el suceso lo que se deja atrás, sino uno mismo tratando de olvidarse de sí, al menos temporalmente. Pues eso. Al menos de momento, se liberó de todos sus recuerdos, incluyendo el propio. Sus planes se convirtieron de pronto en mariposas a merced del viento. Sus preocupaciones, en grises nubes apartándose rápidamente de su entorno, hacia las colinas más lejanas de su paisaje interior. Su nombre gradualmente deviene en un vago sonido que cantan las cigarras.

Lo único que la une a la realidad es la certidumbre de que, después de una angustiosa espera y un desfile de estaciones, por fin lo verá. Por fin vuelve. La atmósfera se pinta de violeta, de rosado y de naranja cuando están juntos. Es entonces cuando se dedica verdaderamente a guardar en su memoria cada segundo que pasa con él, como un raro e invaluable objeto. Y es así que las manzanas son de pronto pelotas de tenis. Pues ella prefiere, casi por sobre todas las cosas, la cosecha de recuerdos.

20100302

De sueños y ausencias (El Cometa, parte 4)


-Hace ya tres meses que no sabemos nada del Dr. Josef Herz.

En la sala de prensa, el Dr. Grund se dirigía a reporteros, investigadores y miembros de la comunidad científica en general. No obstante, todo el país estaba pendiente de sus palabras: ingenieros, arquitectos, doctores, escritores, poetas, escultores, futbolistas, cineastas... en fin, el paradero de tan apreciada figura era todo un misterio. Y no era poca cosa. Por la ultranet ya circulaban todo tipo de hipótesis acerca de los efectos del cometa sobre diversos factores: el curso de la nave, el desempeño de los instrumentos, una increíble fuerza de gravedad (física y temporal) dirigiendo sin control el vehículo espacial; incluso se manejaba una teoría asegurando que el doctor se había internado en un portal interdimensional, y se había extraviado para siempre.

-¿Qué medidas se han tomado al respecto? ¿Es posible determinar un cuadrante aproximado a su posición? ¿Es cierto que el Dr. Herz se quitó la vida, como muestra el video rondando por la red?

-Por favor, por favor, señores. Guarden la calma, contestaré una a una sus preguntas. Hemos enviado todo tipo de señales hacia diversos puntos de nuestra galaxia. Ondas de luz, gas cósmico, robots con mensajes holográficos y coordenadas predeterminadas. Todo lo que ha estado a nuestro alcance ha probado ser insuficiente. Por ahora, no hemos podido calcular una posición ni remotamente aproximada a la ruta programada originalmente. Es como si... como si se hubiera esfumado, sin dejar rastro.

-¿Qué hay del famoso video mostrando a Herz despidiéndose melancólicamente de su familia y amigos, como dando a entender un suicidio?

-Como he dicho ya en repetidas ocasiones, eso no es más que un montaje para tratar de desacreditar al doctor, su carrera y, de paso, a esta institución. Debo aclarar que en ningún momento se vio amenazado su puesto o su reputación en este observatorio, por más extrañas que parecieran su investigaciones. Al contrario, se le ha brindado siempre todo el apoyo necesario para llevarlas a cabo (admito que muy a mi pesar), y esta vez no ha sido la excepción. Además, mis colegas, aquí presentes, no me dejarán mentir al respecto. Josef posee un delicado equilibrio entre su razón y su intuición, es cierto. Pero nunca ha habido un motivo lo suficientemente fuerte como para causarle una depresión de esa magnitud. Yo mismo me atrevería a asegurar que nada lo tenía tan preocupado como la posibilidad de no poder perseguir ese dichoso cometa, y eso ya lo está haciendo. Evidentemente, no sabemos aún si ha tenido éxito o no.

-¿Puede explicar o desmentir los rumores acerca de una posible falla en su astro-cápsula?

-Puedo desmentirlos, y lo haré. Todo ese asunto sobre la gravedad temporal, o partículas del cometa impactando en el fuselaje de la nave, no tiene ninguna clase de fundamento. La cápsula está especialmente diseñada para repeler cualquier tipo de radiación proveniente del cometa, así que es altamente improbable, por no decir imposible, que los instrumentos de navegación hayan sido afectados por alguno de estos factores...

La conferencia de prensa le resultó mucho más larga de lo previsto. Horas después, en la soledad de su oficina, Grund escribe un reporte a sus superiores sobre el estado oficial de la misión. Escribe, a pesar de su falta de voluntad. Se resiste, sin éxito, a plasmar en papel sus conclusiones. Sus frías, pesadas y tristes conclusiones, como si con cada palabra fuera tomando forma una realidad que no desea admitir, pues es tan oscura como la tinta siendo absorbida en cada hoja.

Se le quiebra la garganta. La mirada, ausente. Los gestos llenos de ansiedad. No. Se rehúsa a aceptarlo. Al menos sin información definitiva. "Por Dios, doctor, ¿qué más información necesita que la falta de ella, precisamente?", se repite a sí mismo hasta el cansancio. No obstante, hay algo en él que lo detiene, un sentimiento poco explorado hasta ahora. Lo que nadie sabe, ni siquiera la gente con quien convive a diario, es que aún con sus diferencias, pese a sus acaloradas discusiones, con teorías totalmente opuestas, no puede dejar de reconocer para sus adentros que Josef Herz, más que su rival, es lo más cercano a un hermano para él. Después de todo, han peleado casi desde que se conocen, pero de igual forma se preocupan el uno por el otro, como en cualquier relación fraternal. Sabe que debió haber hecho un esfuerzo mayor en sus intentos por disuadirlo de esta locura. Ahora ésta parece no tener fin. Está consciente de la buena causa inherente a ella: la felicidad de Herz. Tal vez por eso no insistió más, y dejó hacer a Josef cuanto quisiera. A fin de cuentas, ¿qué objeto tendría discutir con él, sin un motivo que lo impulsara a rebatir sus estadísticas y cálculos matemáticos? Porque, de haber desistido de su investigación, el doctor Herz se habría convertido, con el paso del tiempo, en un auténtico ejemplo de un alma sin color. Desilusionado, sin más metas próximas, sin retos. ¿Y qué es la vida sin sueños que perseguir? Simplemente un paraje pantanoso de hostilidad y frustración, que habitaríamos como fantasmas vagando en nubes de apatía y desolación.

Se le quiebra la mirada. Los gestos, ausentes. La garganta llena de ansiedad. En este momento, el Dr. Nikolai Grund acaba de darse cuenta que quizá sea esta la enseñanza más importante de Josef Herz. No sólo para él, sino para todo el mundo. Y lo peor es que no puede hacer nada más que revolcarse en este fango de impotencia e incertidumbre...



20100225

Experimento fugaz sobre lo trascendente

Siempre se ha sentido algo desorientado. Como desconectado del mundo, o conectado a uno propio. No sabe si es por el hecho de preguntarse siempre cosas aparentemente irrelevantes a los ojos de los demás, o tal vez porque concede más importancia de la debida a lo que es, según su juicio, verdaderamente trascendental. Trascender... ¿puede haber una palabra tan comprometedora como ésa? En ocasiones se pregunta si Einstein pretendió trascender al declarar lo relativo en el mundo. ¿Sabía Shakespeare del lío en el que se metían Romeo y Julieta al llevar su amor al plano trascendental entre la vida y la muerte? Quizá Kundera entendía que lo ligero de la existencia trasciende en el momento en que no se puede soportar, y se desea la felicidad provocada por las casualidades cuando se ponen de acuerdo y añaden un peso, un propósito, un objetivo a nuestras vidas.

Aquel día, en la estación de tren de Múnich, dejó de sentirse perdido. En realidad, ya lo había hecho desde un tiempo atrás, pero fue hasta que se despidieron y la vio partir cuando la descubrió verdaderamente imprescindible para él. Fue una especie de confirmación, más que un descubrimiento. Todo lo que ya sabía, todas las teorías y pensamientos inciertos que había tenido, encontraron su causa, su justificación... y al fin desaparecieron para convertirse en un hecho. Algo comprobado científicamente. Claro, dentro de sus propios parámetros y métodos de medición a base de prueba y error. No cabía duda. Este tipo de momentos se habían estado repitiendo así que, si de un experimento se tratara, y se obtuviera el mismo resultado varias veces, no quedaba más opción que aprobar la hipótesis: verdaderamente le costaba trabajo imaginar la vida sin su Julieta.

De pronto los rieles del tren habían cobrado un carácter de traidores artífices de una nostalgia repentina que se instaló en su mente. Así, sin permiso. Ahí, en donde los pensamientos se fundían con el ir y venir de pasajeros apresurados, de familiares despidiéndose, de trenes llegando y otros partiendo hacia su destino. Llegaron hasta las superficies más accesibles de su mente, desde los rincones más inhóspitos, sonidos de fracaso y desesperación, golpéandolo intempestivamente, como oleadas. Sin embargo, casi al mismo tiempo, fueron reemplazados por la voz alegre de su propia alma, al divisar el resplandor del faro en medio de la tormenta, cuando sus miradas se encontraron. Cuando sus ojos lo encontraron.

El tren partió. Fue entonces cuando José comprendió la trascendencia de ese instante. Y no le importó lo que opinaran de él: ni los turistas japoneses próximos a abordar, ni el empleado de la línea ferroviaria, ni siquiera las risueñas estudiantes francesas de intercambio. Ya no importaba absolutamente nada. Permaneció unos minutos en el andén. Con la mirada perdida, dio un paso fuera de su mundo. Y lloró.

Acabas de leer algo que escribí hace poco más de 3 años (por cierto, tuve que "pulirlo" un poco, de pronto me encontré cosas que no me gustaban tanto). Es curioso mirar de repente por el espejo retrovisor y darte cuenta de cuánto has cambiado. No importa si mucho o poco, si para bien o para mal. Solamente tú lo sabes, o al menos tratas de hacerte una idea. Intentas descubrir qué es lo que se ha quedado de esa persona que ya no eres. Como cuando te reconoces en una fotografía vieja y piensas "¿ése era yo?" Pues sí, sí era yo. Aunque la esencia sigue ahí, muchos fragmentos del alma se han renovado. No me resulta nada fácil (como a nadie, supongo) decir cuál es la parte de mí que extraño más, o cuál es la que agradezco se haya desvanecido. Eso no significa que no lo sepa. En fin. A veces es bueno mirar atrás para recordar por qué somos quienes somos. Y eso que no hablo de dejar viajar la mente hacia posibilidades infinitas tipo "¿qué hubiera pasado si...?" Porque el hubiera existe, claro que sí. Tengo mi propia teoría al respecto, pero la subiré otro día en un post totalmente intrascendente ;)


Questions of science, science and progress,
do not speak as loud as my heart.
-Coldplay



20100209

Cosmonauta errante (El Cometa, parte 3)

(Les ofrezco una disculpa por el tamaño de la letra, el procesador de texto del blogger no es de lo mejor y se pone loco de repente).

Qué curioso. La última vez que miré al cielo, recuerdo haber escuchado el silencio matutino envolviéndome. Ese día, ahora tan lejano, sentí la luz fluyendo por mis venas y los colores llenando mis pupilas. Ese día, justo antes de emprender esta travesía - o suicidio, en palabras de muchos -, tenía una meta y rumbo fijos en mi mente.


Este silencio, en cambio, no es del todo agradable. Ante todo, es relativo, puesto que los instrumentos de mi nave se han vuelto locos debido a los constantes y abruptos cambios de curso que he debido seguir en ocasiones, y no han dejado de chillar estrepitosamente. Aunque, claro está, después de algunas semanas con ese ruido incesante de compañía, uno termina por acostumbrarse. Ya ni siquiera me acompañan las voces de mis colegas, insistentes, tratando de disuadirme. Estoy solo conmigo.

No, este silencio no es nada agradable. Ya no escucho la música molecular que dejaba la estela del cometa a años luz de su paso. Por ende, me es más difícil definir su trayectoria, ya no digamos tratar de anticiparme a ella. No sé qué me desespera más, si la ausencia de sonidos o la falta de motivación... Todos mis cálculos y esquemas realizados hasta ahora han salido mal. Todas mis teorías han sido refutadas de forma aplastante por los hechos, nada alentadores (gracias, Dr. Grund). Es como si estuviera todo al revés, y ahora el vacío no estuviera afuera, en la negra soledad del espacio, sino aquí. Parece que una especie de agujero negro se ha instalado en mi pecho, y gradualmente devora mis entrañas. Pronto, si no pasa algo que lo impida, terminaré por disolverme en mis pensamientos y me convertiré en una masa de energía amorfa, flotando entre galaxias. Sin ruta, sin destino.

Asomo la cabeza por una escotilla. En el exterior impera una oscuridad solamente comparable con la decepción que ha alcanzado los rincones más optimistas de mi alma. Siento unas ganas tremendas de maldecir. A las circunstancias. A la suerte. Al universo. Pero, sobre todo, a mi obstinación. Confieso que no he sido un buen científico. No he guiado mi investigación de forma objetiva, sino fabricando fundamentos a partir de intuiciones, de presentimientos. Corazonadas... qué palabra tan graciosa. Usualmente no hago más que reírme de la ironía que asocia mi nombre con mi profesión. Corazón y ciencia. Triste ironía ahora, meses después de aquella discusión en el observatorio, en la cual me creí capaz de sortear cualquier obstáculo, de desafiar cualquier lógica contraria a la mía. Sin más, me creí invencible cuando, evidentemente, no lo soy.

De pronto, a través del cristal veo algo parecido a un punto de luz. No, no puede ser, estoy en un área totalmente inexplorada, tan lejos de mi planeta que ni siquiera aparece en los hologramas intergalácticos de nuestro extenso archivo cartográfico. Mi ubicación es tan incierta que mi regreso a casa está condicionado por meras conjeturas. Por otro lado, puede ser que, después de todo, la filosofía del Dr. Glück sea correcta. Quizá sí: cuando toda esperanza parece desvanecerse a nuestro alrededor, cuando todo apunta al fracaso, aparece la suerte.

Sin duda, debo estar loco. Es decir, aún más que al principio de la misión. Tan loco como para aferrarme a una vaga coincidencia, o tanto para reconocerlo. No importa. Ya no tengo nada que perder, así que cualquier cosa que encuentre allá afuera será una novedad. Es difícil de creer, pero podría ser incluso otro astronauta sin rumbo, como yo, que mastica kilómetros para el desayuno y se acuesta con las estrellas como lámparas de noche. Debo apresurarme, estoy desviándome demasiado del extraño objeto. Cambiaré de curso inmediatamente. He de descubrir el origen de esa señal luminosa. ¿Quién sabe? tal vez ahí haya algo que le devuelva el sentido a esta búsqueda que parece perdida.

Who knows? Maybe there isn't
a vein of stars calling out my name.

-The Flaming Lips

20100203

Química atmosférica

Hoy el cielo se ha vuelto alquimista. En él coexisten el sol de la mañana, las gotas de lluvia nocturna y la luna de la tarde, como una rara combinación de sabores, entre helado de yoghurt, té de cítricos y moca. Como un guiño de un universo alterno a través de la luz refractada en prismas de agua. El aire frío de la noche se rehúsa a ceder su lugar al nuevo día. Tal vez es nostalgia traducida en moléculas que atraviesan los poros de tu piel y se integran poco a poco a tu sangre, hasta que no queda rastro aparente de ella. Hay un silencio inusual en la calle, pese a no ser tan temprano. Y es a través de la escasez de sonidos que tu alma se decide a gritarte, para ver si así volteas por fin y le dedicas un par de minutos.

Por un brevísimo instante, te permites convertirte en un elemento más de esta yuxtaposición etérea de texturas. Por un momento, nada importa. Vives entre recuerdos que le tomaste prestados a la suerte; con la esperanza, siempre latente, de aumentar tu colección indefinidamente. Durante unos cuantos, preciosos segundos, eres consciente de tu participación efímera en el mundo, y absorbes sensaciones, palabras y colores. Rosa, anaranjado, amarillo, gris, azul, blanco.

Regresas. Llueve. Decides capturar en tu memoria lo agridulce del evento, experimento de tus sentidos sin hipótesis real o coherente. Concluyes, sonriendo, que esta atmósfera tiene mucho más de cuatro sabores.

20100120

El Cometa (capítulo 2)

Ellos no lo entienden. A veces, ni siquiera yo mismo lo hago. Sólo sé que es una fuerza más poderosa que mi voluntad. Siempre he pensado que todo tiene una explicación perfectamente lógica y coherente. Que todo tiene una causa de ser, cada evento tiene un motivo por el cual sucede. La suerte no es otra cosa sino un conjunto de casualidades en conspiración con una sucesión de momentos adecuados. Aún así, toda mi vida he deseado comprender el universo desde un punto de vista más allá de lo puramente racional. Como si fuera un ser vivo, un ente compuesto por miles de millones de existencias azarosas que se conjugan en un perfecto sistema interdependiente. Pero… el azar, no existe, ¿cierto? Por esta razón me convertí en científico. Para tratar de explicar lo inexplicable. Y a causa de este utópico objetivo es que permanezco absorto en pensamientos que podrían parecer sacados de un cuento de hadas.

Hasta cierto punto, comprendo la reacción del Dr. Grund. Tenemos una forma muy parecida de ver el mundo, y quizá es esto lo que provoca nuestras acaloradas discusiones. Si tuviera que describirlo en términos estadísticos, diría que es 99% razón y 1% escepticismo. Tendría que decir también que ese punto porcentual que él posee de incredulidad, yo lo tengo de fe. De emoción. De ilusión. No sé qué palabra emplear, a fin de cuentas es algo muy similar a la ausencia de lógica. A la locura. Mis problemas comienzan cuando ese porcentaje varía en mayor o menor medida. Hasta hace unos años, no tenía idea de qué podría provocar un cambio tan significativo, desde una unidad hasta dos partes iguales de mi yo. Y creo haber encontrado el motivo. O mejor dicho, creo que siempre lo he sabido, pero estaba reacio a admitirlo.

-No me mire así, Dr. Glück. Usted y yo sabemos que a veces los datos no son suficientes, por más fríos o tajantes que parezcan. Como bien ha dicho, puede existir una ínfima posibilidad, un atisbo de fortuna en esta misión.

-Pero es que aún no me puedo explicar su obsesión con ese cometa. Es solamente un cuerpo celeste, nada más. No le encuentro nada de extraordinario.

-No. No es obsesión, ni capricho de científico loco, créame. Hasta ahora me había reservado los resultados de mis estudios al respecto durante estos últimos años. Es decir, además de lo ya expresado por el doctor Grund. Sí, es cierto que el cometa se encuentra en una órbita por demás lejana y, por ende, impredecible. También lo es la escasa probabilidad de un posible acercamiento a nuestra galaxia. Pero debe entender que no es un cometa más. Es único. ¿O acaso no se ha dado cuenta de que simplemente con el hecho de hablar de él, el clima parece cambiar para favorecer nuestras cosechas? ¿Qué con sólo fotografiarlo con nuestro telescopio a años luz, las mareas enloquecen terriblemente, matando cualquier tipo de esperanza para nuestros navegantes?

-No lo entiendo, Herz, no hace más que contradecirse. Alaba la poco probable cercanía de este fenómeno pero, a la vez, le atribuye condiciones de desgracia para nuestra causa.

-Ése es precisamente mi punto. La particularidad de este cometa radica en los efectos tan contradictorios de su estela sobre nuestro planeta. Recuerde la última vez que se alineó con nuestra órbita. Nuestro cielo nunca más podrá compararse con esa paleta de colores increíblemente armónica, en la que nuestros escritores y poetas hallaron una fuente inagotable de inspiración para novelas y versos memorables; lo mismo les daba escribir sobre duraznos que sobre esperanzas efímeras. Esperanzas lastimeras de que algún día volverá a cruzarse por aquí, y que le han dado incluso calidad de leyenda. Pero es una leyenda que vale la pena creer. No sólo eso: es una leyenda que me ha recordado mis motivos para mirar el firmamento. Para ser astrónomo.

-Entonces, resumiendo: usted está dispuesto a arriesgar no solamente su admirable reputación dentro de la comunidad científica, sino también su cordura, por un cometa del cual la gente común ni siquiera reconoce o valora su existencia, por maravillosa que ésta sea. Y supongo que ha pensado también en las consecuencias de esta descabellada expedición…

-Así es. Es por esto que no pretendo tener acompañantes para la misión. No quiero involucrarlos ni a usted ni a nuestros colegas en una empresa que pudiera resultar extremadamente peligrosa. Estoy decidido a explorar la ruta de ese cometa. Deseo más que nada alcanzarlo e incluso, de ser posible, cambiar su trayectoria. Puede ser que sea cuestión de gravedad, aunque me rehúso a creerlo, deben haber muchos más factores interviniendo. He de confesarle que este asunto me provoca un entumecimiento involuntario. He pasado semanas en las que el cometa se aparece en mis sueños ininterrumpidamente y sin razón aparente. Y no hago más que despertar para no dejar que otra cosa se apodere de mi mente (no vaya a ser que el recuerdo se me borre sin querer, a fuerza de rutina diaria). Si he de perderme indefinidamente en el espacio, lo haré, pero no cesaré en mis intentos.

-Dr. Herz, veo que está convencido de llevar a cabo esta locura (no encuentro otra palabra para nombrarla). Sé que nuestros esfuerzos por disuadirlo serán inútiles, así que no me queda sino desear que ese 1% de suerte aumente a su favor. Sin embargo, estoy seguro de una cosa: a pesar de sus explicaciones, sencillamente no lo entiendo.

-No se preocupe, la verdad no espero que lo haga.

Ellos no lo entienden. A veces, ni siquiera yo mismo lo hago. Y tal vez nunca lo haré.

But if stars, shouldn't shine

By the very first time

Then dear it's fine, so fine by me

'Cos we can give it time

So much time with me

-The xx