20100209

Cosmonauta errante (El Cometa, parte 3)

(Les ofrezco una disculpa por el tamaño de la letra, el procesador de texto del blogger no es de lo mejor y se pone loco de repente).

Qué curioso. La última vez que miré al cielo, recuerdo haber escuchado el silencio matutino envolviéndome. Ese día, ahora tan lejano, sentí la luz fluyendo por mis venas y los colores llenando mis pupilas. Ese día, justo antes de emprender esta travesía - o suicidio, en palabras de muchos -, tenía una meta y rumbo fijos en mi mente.


Este silencio, en cambio, no es del todo agradable. Ante todo, es relativo, puesto que los instrumentos de mi nave se han vuelto locos debido a los constantes y abruptos cambios de curso que he debido seguir en ocasiones, y no han dejado de chillar estrepitosamente. Aunque, claro está, después de algunas semanas con ese ruido incesante de compañía, uno termina por acostumbrarse. Ya ni siquiera me acompañan las voces de mis colegas, insistentes, tratando de disuadirme. Estoy solo conmigo.

No, este silencio no es nada agradable. Ya no escucho la música molecular que dejaba la estela del cometa a años luz de su paso. Por ende, me es más difícil definir su trayectoria, ya no digamos tratar de anticiparme a ella. No sé qué me desespera más, si la ausencia de sonidos o la falta de motivación... Todos mis cálculos y esquemas realizados hasta ahora han salido mal. Todas mis teorías han sido refutadas de forma aplastante por los hechos, nada alentadores (gracias, Dr. Grund). Es como si estuviera todo al revés, y ahora el vacío no estuviera afuera, en la negra soledad del espacio, sino aquí. Parece que una especie de agujero negro se ha instalado en mi pecho, y gradualmente devora mis entrañas. Pronto, si no pasa algo que lo impida, terminaré por disolverme en mis pensamientos y me convertiré en una masa de energía amorfa, flotando entre galaxias. Sin ruta, sin destino.

Asomo la cabeza por una escotilla. En el exterior impera una oscuridad solamente comparable con la decepción que ha alcanzado los rincones más optimistas de mi alma. Siento unas ganas tremendas de maldecir. A las circunstancias. A la suerte. Al universo. Pero, sobre todo, a mi obstinación. Confieso que no he sido un buen científico. No he guiado mi investigación de forma objetiva, sino fabricando fundamentos a partir de intuiciones, de presentimientos. Corazonadas... qué palabra tan graciosa. Usualmente no hago más que reírme de la ironía que asocia mi nombre con mi profesión. Corazón y ciencia. Triste ironía ahora, meses después de aquella discusión en el observatorio, en la cual me creí capaz de sortear cualquier obstáculo, de desafiar cualquier lógica contraria a la mía. Sin más, me creí invencible cuando, evidentemente, no lo soy.

De pronto, a través del cristal veo algo parecido a un punto de luz. No, no puede ser, estoy en un área totalmente inexplorada, tan lejos de mi planeta que ni siquiera aparece en los hologramas intergalácticos de nuestro extenso archivo cartográfico. Mi ubicación es tan incierta que mi regreso a casa está condicionado por meras conjeturas. Por otro lado, puede ser que, después de todo, la filosofía del Dr. Glück sea correcta. Quizá sí: cuando toda esperanza parece desvanecerse a nuestro alrededor, cuando todo apunta al fracaso, aparece la suerte.

Sin duda, debo estar loco. Es decir, aún más que al principio de la misión. Tan loco como para aferrarme a una vaga coincidencia, o tanto para reconocerlo. No importa. Ya no tengo nada que perder, así que cualquier cosa que encuentre allá afuera será una novedad. Es difícil de creer, pero podría ser incluso otro astronauta sin rumbo, como yo, que mastica kilómetros para el desayuno y se acuesta con las estrellas como lámparas de noche. Debo apresurarme, estoy desviándome demasiado del extraño objeto. Cambiaré de curso inmediatamente. He de descubrir el origen de esa señal luminosa. ¿Quién sabe? tal vez ahí haya algo que le devuelva el sentido a esta búsqueda que parece perdida.

Who knows? Maybe there isn't
a vein of stars calling out my name.

-The Flaming Lips

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