20100920

Hoja en blanco

Una hoja en blanco puede conducir al vértigo. Cuando me siento a escribir trato de no pensar en nada pero, si he de ser sincero, termino por distraerme ante la menor provocación. Tal vez mi distracción sea involuntaria, tal vez no. Dentro de las líneas que van apareciendo en pantalla habita una parte de mí. Incluso podría atreverme a decir que, una vez estando frente al texto, me cambia la cara. Mi expresión es muy parecida a la que puedo ver cuando me miro al espejo. Podría decir que soy yo mismo, y nada más. Y nada más importa, porque entonces es como si intentara establecer un diálogo conmigo, desde el teclado de una computadora, que conozco tan bien como mi voz.

El único problema de esta interacción es la frecuente manía de mi otro yo, el mental, de hablar en un idioma a veces incomprensible. Como si no pudiera decir una sola cosa al mismo tiempo. Como si en lugar de un sólo reflejo, hubiera decenas de ellos. Y los hay. Pienso que quien habla a través de mis dedos es una especie de representante de todos. Quizá es quien ha ganado la partida en ese momento, según mi estado de ánimo. Y cuando ganan la apatía o la indiferencia... bueno, es suficiente decir que la hoja seguirá en blanco.

Es precisamente esta condición de pertenencia hacia mí la causante de que las palabras a veces se rehúsen a materializarse. En lápiz, en tinta, en bytes. Cada letra es un pequeño trozo de mi mente. Incluso de mi alma. Entonces, no quiero escribir lo primero que se me ocurra, porque eso supondría correr el riesgo de perder el control sobre lo que se lee de mí. Como si cada árbol del bosque de mi mente perdiera una hoja al azar. Por supuesto, no puedo decidir qué hoja habrá de desprenderse, eso sí será un misterio para mí, al menos hasta que termine de escribir. Pero al menos sí puedo elegir el árbol del cual caerá.

Debo confesar que sí he escrito sin pensar. Alguna vez lo hice con tanta frecuencia que mis ideas se agolpaban en mi cabeza, torrentes de sangre y electricidad, desesperadas por salir. Y no es malo dejarse llevar. Nunca lo es. Los problemas vienen cuando se pierde la noción de pertenencia de la que he hablado. Porque las palabras, al brotar desde impulsos nerviosos de los músculos y huesos de mis manos, nerviosos impulsos son. Se asemejan a notas musicales sin un pentagrama donde alojarse. Desordenadas, sin un lugar donde vivir. Sin destino, sin motivo. Pinceladas de recuerdos sin un color definido. Y las gotas de lluvia de mis sueños escurren entre los párrafos, tratando de encontrar un significado. Un destinatario que pueda leer un mensaje traducido de un idioma a veces incomprensible. La hoja en blanco se convierte en una botella navegando en un mar de incertidumbre. A la espera de ser hallada, sobreviviendo tormentas. Haciéndole frente a las circunstancias.

Una hoja en blanco puede conducir al vértigo. No sé si escribiendo lo supero. Tan sólo sé que es una sensación tan embriagante como tratar de descifrar el secreto de unos ojos cafés bajo el sol matutino de otoño.