20100203

Química atmosférica

Hoy el cielo se ha vuelto alquimista. En él coexisten el sol de la mañana, las gotas de lluvia nocturna y la luna de la tarde, como una rara combinación de sabores, entre helado de yoghurt, té de cítricos y moca. Como un guiño de un universo alterno a través de la luz refractada en prismas de agua. El aire frío de la noche se rehúsa a ceder su lugar al nuevo día. Tal vez es nostalgia traducida en moléculas que atraviesan los poros de tu piel y se integran poco a poco a tu sangre, hasta que no queda rastro aparente de ella. Hay un silencio inusual en la calle, pese a no ser tan temprano. Y es a través de la escasez de sonidos que tu alma se decide a gritarte, para ver si así volteas por fin y le dedicas un par de minutos.

Por un brevísimo instante, te permites convertirte en un elemento más de esta yuxtaposición etérea de texturas. Por un momento, nada importa. Vives entre recuerdos que le tomaste prestados a la suerte; con la esperanza, siempre latente, de aumentar tu colección indefinidamente. Durante unos cuantos, preciosos segundos, eres consciente de tu participación efímera en el mundo, y absorbes sensaciones, palabras y colores. Rosa, anaranjado, amarillo, gris, azul, blanco.

Regresas. Llueve. Decides capturar en tu memoria lo agridulce del evento, experimento de tus sentidos sin hipótesis real o coherente. Concluyes, sonriendo, que esta atmósfera tiene mucho más de cuatro sabores.

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