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El Cometa VII: The journey is the destination.

Heidelberg, Alemania. 27 de julio de 2208

Cinco meses. Cinco meses y diecinueve días han pasado desde mi primer y único encuentro con Melpómene. Sí, lo sé. No es exactamente normal ponerle nombre a un cometa, al menos no para la gente común y corriente, como yo. Sencillamente no lo pude evitar. Debe existir en este mundo algún astrónomo que lo haya visto desde su telescopio y lo haya nombrado de una forma menos coloquial; muy posiblemente con un número, tal vez un par de letras. Pero al menos me quedará siempre la satisfacción de saber que mi ocurrencia fue infinitamente más adecuada. Después de todo, desde ese día tengo impulsos recurrentes por escribir. No lo hago diario, y no siempre las páginas logradas sobreviven. No sé si mis líneas tienen un grado de coherencia, como tampoco tengo la certeza de que alguien las leerá algún día. Sólo espero que sirvan para explicar esto que me pasa. Sólo quiero vaciar mi mente en el papel; mi sangre se diluye en tinta y los trazos flotan como hilos de recuerdos. Melpómene es la musa de mi tragedia.

¿Cuántos caminos he recorrido? Aunque lo intentara, no podría decirlo con exactitud. Mi travesía comenzó en Cataluña, o lo que queda de ella, tras ser bombardeada durante la Guerra del Estatut en el 2106. A lo largo de mi paso por la región, he conocido pueblos en reconstrucción y ciudades cuyas calles se resquebrajan en añoranzas de paz. Entre villas y viñedos, atravesé Francia, sin encontrar lo que he estado buscando desde mi partida: polvo cósmico. Lo extraño del caso es que ni siquiera estoy seguro de que un puñado de piedras que nunca he visto pueda recrear lo que pasó esa última vez. El cielo era rojo, casi color púrpura, y llovía. Justo como ahora. La diferencia es que ahora me siento mucho más solo que antes. Llevo semanas sintiendo cómo este vacío crece y me carcome las entrañas lentamente. Como si el cometa se hubiera llevado algo de mí, no sé qué todavía. Algo importante. Mi risa, tal vez. Mis lágrimas. El significado de mi mirada. Mi certidumbre. Es algo tan abstracto que consume mi respiración. Y lo hace tan furtivamente que, cuando me doy cuenta, ya se me escapó un suspiro.

Ayer soñé que no me había rasurado. Ni la barba, ni las ideas, ni el tiempo. De repente era el mismo de hace unos años. Apenas había entrado a la Academia Espacial y tenía por delante siete años de cursos, teorías y prácticas. Al final, todo salía bien: me graduaba con honores y me convertía así en astronauta de la European Space Agency. Lástima que fue sólo eso: un sueño. Cuando desperté, recordé que en realidad había viajado tan lejos como me había sido posible de ese mundo. O tal vez era una excusa para huir de la posibilidad de descubrir otros mundos. Lo cierto es que tenía miedo de convertirme en un viajero de casualidades inconclusas. Alguien con miles de kilómetros a cuestas, con cientos de paisajes en la maleta, pero sólo un puñado de recuerdos de cada lugar que había visitado. Quizá ni siquiera eso. Sentía que si me alejaba en pos de otros planetas dejaría de apreciarme a mí mismo dentro de éste. Me perdería dentro de un entorno tan cambiante que no alcanzaría a reconocer los pequeños pedazos de coherencia en él. Como cuando armas un rompecabezas y te encuentras dos piezas totalmente opuestas: de distinto color, tamaño y forma. Y aún así, sabes que pertenecen a la misma imagen fragmentada. No importa tanto qué piezas escojas para empezar, ni el orden en que decidas unirlas, si después de todo estás a gusto con el resultado.

Ahora mismo, me veo tentado a sentarme en una banca de piedra para descansar. En lugar de eso, solamente me detengo tras la cortina de agua creada por los brazos de un árbol para contemplar el implacable discurrir del río Néckar a través de los puentes, que sólo son testigos de su determinación. Frente a mí, a un par de kilómetros pendiente abajo, se encuentra el inconfundible Alte Brücke, entrada a la parte antigua de la ciudad. Al fondo se eleva el castillo de Heidelberg como un guardián cansado que ha visto de todo al pasar de los siglos. De pronto, las nubes sobre él emprenden la retirada, y resurgen los instantes perdidos como aves cantando, haciéndome regresar a este presente improvisado. Entonces reanudo la caminata que había postergado para cederle unas horas a mis pensamientos. Sé que seguirán cayendo como las hojas del otoño, lejano aún. Sé que en algún momento tendré que lidiar con ellos, recogerlos antes de que se amontonen y me sea imposible decidir cuáles son dignos de guardar, o cuáles merecen ser desechados. Y mientras mis pies continúan guiándome a lo largo de la Philosophenweg (la Vereda de los Filósofos), todo empieza a recobrar el sentido.

Sí, todo parece más claro ahora. Tanto como los rayos de sol que recién se asoman entre el verde de las hojas, luchando por devolverle el color a este paraje deslavado por la lluvia, que comienza a refugiarse en la memoria de caminantes como yo. La luz y las respuestas se filtran por las ramas. Gradualmente se esfuma la palidez de una conclusión que tardó meses en llegar. Habitaba en lo profundo de mi alma; me hacía dormir con los brazos extendidos y el corazón encogido. Soy consciente ahora de que uno no elige las distancias que recorre, ni las piezas que le tocan para armar. Igual que no escogí el destino de este diario, sino él a mí. Al fin entiendo que ella es más fuerte que yo. Esta fuerza de gravedad empeñada en controlar mis acciones, que fluye en mi sangre como el opio de mi ansiedad. Pues bien: he decidido no andar errante por el mundo, buscando certidumbre en un rastro de pequeñas rocas espaciales. Tal vez la última pieza de mi rompecabezas no está en este planeta. Tal vez fue justo eso lo que me robó el cometa: la última pieza de mi cordura. Ya no importa. He decidido recuperarla... Creo que estoy hablando como enamorado. Concluyo entonces: si por amor he de seguir caminando, caminaré. Si por amor he de seguir escribiendo, escribiré. Si por amor he de buscar ese cometa, al menos para acercarme fugazmente a su estela, lo buscaré. Sólo así sentiré que pertenezco a un motivo. Sólo así estaré, por fin, viviendo.

Andoni

Life is what happens to you while you're busy making other plans.
- John Lennon




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