20101209

El Cometa VIII: Nuevo comienzo

Sintió la humedad en sus ojos. Sintió como la pena se transformaba en esperanza y se agolpaba detrás de sus pupilas, llenándolas hasta el punto en que ya no pudo resistir y un par de lágrimas formaron veredas en la piel de su rostro. Entonces quiso bañarse en esa esperanza, en esa claridad emanando del diario del capitán. Josef Herz bien podía ser un científico pero, antes que cualquier cosa, era un hombre. Y acababa de encontrar algo que ya había dado por perdido: su propósito.

¿Qué es un hombre sin un propósito? Se preguntó. Una masa de moléculas agrupadas de cierto modo para ocupar un espacio. Un grupo de átomos y genes con personalidad. Un animal bípedo consciente, dicen que capaz de amar como resultado de una serie de impulsos químicos. Pero, sin un propósito, la levedad de su alma es insoportable. Sin un objetivo, su conciencia navega en un mar de ambigüedad y antipatía.

Josef decidió que no quería ser un ente muerto en vida, tan sólo existiendo, sobreviviendo el inexorable paso de los años. Después de leer algunas páginas del cuaderno del capitán Andoni, no pudo evitar identificarse con él. Incluso, tal vez, podrían haber sido amigos. Podría ser que ya sentía haber adquirido cierta complicidad con él, como la de dos viajeros perdidos y atormentados cuyos recorridos se entrelazan. Nunca había conocido a alguien con tanta determinación por conseguir lo que quería. Vaya, ni siquiera la obstinación del Dr. Grund, siempre empeñado en demostrar sus hipótesis, podría compararse a la del valiente astronauta.

Puede ser que la causa a la que se aferra sea una causa perdida. Puede ser que él se haya perdido desde mucho tiempo antes de perseguirla. Ha estado viviendo en un valle de incertidumbre, deambulando entre estrellas y planetas, desgajando las nubes en vanos intentos por salir de ahí. Tiene miedo. Como a cualquier hombre de ciencia, le asusta la idea de no tener el control, de que existan variables con las que no contó. ¿Y si el cometa que tanto desea encontrar se ha extinguido, desintegrando todas sus esperanzas a la vez? ¿Y si sencillamente chocó contra un planeta, o incluso contra un sol, dejando tan sólo un rastro confuso de piedras violáceas esparcidas por el universo? ¿No era ése, al fin y al cabo, el destino final de los cometas? Demasiadas preguntas. Demasiados caminos. Todo se reduce a dos opciones, ninguna más alentadora que la otra. La primera es seguir el ejemplo de Andoni: continuar con la misión hasta el final, combatiendo los fantasmas de las posibilidades infinitas del destino. La segunda: reparar el tablero de navegación de la nave y tratar de regresar a casa, o al menos a lo más cercano a esa definición, sabiendo que terminaría sus días peleando con su conciencia sobre una meta inconclusa.

No. No dejaría que su alma volviera a consumirse en un laberinto de memorias y probabilidades. Nunca más permitiría que las imágenes cotidianas atravesaran borrosas sus ojos. Sus ojos heridos por la ausencia. Y la ausencia acompañándolo siempre, como una gran contradicción. A contratiempo seguirían transcurriendo los años, disolviéndose tan vagamente como habrían llegado, dejando vestigios de hielo y distancias irregulares.

Resuelto, Josef tomó el diario y las diminutas rocas, guardándolos en la caja donde los había descubierto. La cerró cuidadosamente y se incorporó. Se aferró a su nuevo tesoro, como si su vida dependiera de ello, y salió del camarote. Tal vez no estaba tan equivocado: una vez más, estaba adoptando la esperanza como combustible para su viaje. Anduvo errante entre pasillos derruidos, máquinas escupiendo cables y chispas, y bodegas aún humeantes tras la destrucción que dejaron los piratas espaciales, hasta que se enfrentó a una encrucijada más (como si no hubiera tenido suficientes). ¿Debía volver a su cápsula e intentar emprender de nuevo el camino, aunque con coordenadas prácticamente definidas al azar? ¿O quizá sería una mejor opción permanecer en la estación? Al menos aquí aún había provisiones suficientes. Para cuánto tiempo, no lo sabía con exactitud, pero estimaba un par de meses, racionando todo cuanto le fuera posible. De quedarse en este lugar, podría investigar posibles destinos para su viaje o, incluso, intentar seguir el rastro de los piratas, en busca de una oportunidad de ampliar su colección de polvo cósmico. Sólo había un pequeño inconveniente: la plataforma interestelar no sería nada fácil de mover. Aún con el suficiente combustible, necesitaría la tripulación adecuada para desplazarse hacia cualquier sitio. Sólo quedaba una cosa por hacer...

Era una locura, lo sabía. Se decidió por una tercera opción: se movería sin moverse. Desactivando los campos gravitacionales, podía procurar que la estación flotara. Aunque, eso sí, sin un curso definido. Esperaría, a la deriva, hasta llegar lo suficientemente cerca de algún planeta como para ser atraído por él y, justo antes de estrellarse en la superficie, escapar en la nave y tratar de aterrizar. Entonces ya vería cómo arreglárselas. Lo que el Dr. Josef Herz estaba a punto de hacer era una locura, sí. Ciertamente, no sabía qué esperar. Pero a estas alturas, ya no se trataba de esperar, sino de vérselas con su destino. Y para eso, estaba dispuesto a intentar cualquier cosa.

Now I'm ready to start
I would rather be wrong
than live in the shadows of your song
My mind is open wide
and now I'm ready to start
Your mind surely opened the door
to step out into the dark
Now I'm ready.

- Arcade Fire

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