20100330

La casa del árbol

Arriba. No. Más arriba. Un poco más. Ahí está bien, sí. Ahora espérame, tengo que subir, estoy muy cerca del suelo. ¿Qué dices? No, ¡qué va! A esa altura no puede alcanzarnos nadie, ni nada. Es la altura ideal. No, si vamos más alto, el viento no nos dejará en paz. Y más abajo ese maldito gato nos puede traer muchos problemas. Sí, tienes razón, siempre podemos ir adonde nos plazca. Pero el punto no es ése. Se trata de tener la mayor tranquilidad posible, tanto para nosotros, como para ellos. Lo sé, todavía no nacen y ya me estoy preocupando. En fin, es lo que hacen los padres, ¿no? Venga, ayúdame un poco, no puedo moverme tan libremente como tú.

Ah, así está mucho mejor. ¡Oye, qué buen lugar escogimos! En verdad tienes muy buen ojo para estas cosas, querida. Permíteme felicitarte por tu excelente elección. Ya, ya, no seas tan modesta. Definitivamente, aquí estaremos bien. No me cabe la menor duda. Y todo, gracias a ti. Creo que nunca está de más decir cuánto te quiero ¿verdad?

...¿escuchaste? Sshhh... espera... No, creo que no ha sido nada. Debe ser que estoy cansado por el viaje. Acabamos de llegar y ya me estoy poniendo nervioso. Trataré de relajarme. Seguramente es esa ardilla que tendremos por vecina. ¡Buenos días! ¡mucho gusto! Mmm... más vale llevar la fiesta en paz desde el principio ¿no crees?

¡Qué bonito se ve el cielo! Es la ventaja de no estar en una colonia con edificios muy altos. Sí, de ésos que hacen que uno se sienta sin aire. No sé, en esos lugares tan habitados de pronto miras hacia arriba y te sientes frente a un rompecabezas azul y gris, cuyas piezas parecen a punto de caerse. Intimida mucho. Acertamos cuando decidimos mudarnos acá...

Otra vez ese crujido... ¡Oh, no! ¡Es ese gato! Parece que lo subestimamos, ¡está subiendo por las ramas! Viene hacia acá, ¡está muy cerca! Vuela, amor mío, no te arriesgues. ¡Yo lo distraeré! No, te he dicho que no puedo moverme fácilmente. Prácticamente estoy perdido. Tú puedes salvarte. ¡Mira! Ahí va esa ardilla... Valiente vecino habríamos tenido... En fin, cada quien se rasca con sus propias uñas. Bueno, ahora es tu turno. ¡He dicho que no! ¡Vete! ¡Déjame aquí!... ¡No, espera! ¡no lo hagas!

Aún no puedo creerlo. Todo iba tan bien y, de repente, se convirtió en catástrofe. En un momento. Ni siquiera me alcanzó para contener el aire. Ni siquiera para gritar. Ni siquiera para mirar. Aunque, claro, no tenía la mínima intención de hacerlo. Lo que pasó fue horrible, por decir poco. Fue como un relámpago gris fulminando mis ganas de vivir, como si mi corazón hubiera dejado de bombear sangre y mi cabeza se hubiera desconectado por completo de mi cuerpo.

¿A dónde iré ahora? No me quedan lugares. No sin ella. No me queda nada. Todos mis planes se han venido abajo en un santiamén. Todos. Nuestros planes. Todo mi universo giraba en torno a la certidumbre de que ella me amaba. Porque me amaba. No, no debió hacerlo. Sacrificarse así, sin pensarlo. ¡Dios! ¿por qué no permitiste que fuera yo? ¿por qué dejaste que ese felino prefiriera los audaces movimientos de mi amada sobre mi indefensa lentitud? Y después, casi burlonamente, me miró a los ojos y se marchó. Tuvo el descaro de mirarme, regodéandose en su maldad, y dejarme muriendo de desesperación. Agonizando de vacío. No puede llamarse de otra forma. No puedo volar. Aunque pudiera, no quiero hacerlo. Mi ala rota puede sanar, pero mi alma ha quedado tan dañada que parece un conjunto de nubes desintegrado por la fría tempestad del destino. Y de repente, y para siempre, nada. Sólo oscuridad y silencio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario