20100920

Hoja en blanco

Una hoja en blanco puede conducir al vértigo. Cuando me siento a escribir trato de no pensar en nada pero, si he de ser sincero, termino por distraerme ante la menor provocación. Tal vez mi distracción sea involuntaria, tal vez no. Dentro de las líneas que van apareciendo en pantalla habita una parte de mí. Incluso podría atreverme a decir que, una vez estando frente al texto, me cambia la cara. Mi expresión es muy parecida a la que puedo ver cuando me miro al espejo. Podría decir que soy yo mismo, y nada más. Y nada más importa, porque entonces es como si intentara establecer un diálogo conmigo, desde el teclado de una computadora, que conozco tan bien como mi voz.

El único problema de esta interacción es la frecuente manía de mi otro yo, el mental, de hablar en un idioma a veces incomprensible. Como si no pudiera decir una sola cosa al mismo tiempo. Como si en lugar de un sólo reflejo, hubiera decenas de ellos. Y los hay. Pienso que quien habla a través de mis dedos es una especie de representante de todos. Quizá es quien ha ganado la partida en ese momento, según mi estado de ánimo. Y cuando ganan la apatía o la indiferencia... bueno, es suficiente decir que la hoja seguirá en blanco.

Es precisamente esta condición de pertenencia hacia mí la causante de que las palabras a veces se rehúsen a materializarse. En lápiz, en tinta, en bytes. Cada letra es un pequeño trozo de mi mente. Incluso de mi alma. Entonces, no quiero escribir lo primero que se me ocurra, porque eso supondría correr el riesgo de perder el control sobre lo que se lee de mí. Como si cada árbol del bosque de mi mente perdiera una hoja al azar. Por supuesto, no puedo decidir qué hoja habrá de desprenderse, eso sí será un misterio para mí, al menos hasta que termine de escribir. Pero al menos sí puedo elegir el árbol del cual caerá.

Debo confesar que sí he escrito sin pensar. Alguna vez lo hice con tanta frecuencia que mis ideas se agolpaban en mi cabeza, torrentes de sangre y electricidad, desesperadas por salir. Y no es malo dejarse llevar. Nunca lo es. Los problemas vienen cuando se pierde la noción de pertenencia de la que he hablado. Porque las palabras, al brotar desde impulsos nerviosos de los músculos y huesos de mis manos, nerviosos impulsos son. Se asemejan a notas musicales sin un pentagrama donde alojarse. Desordenadas, sin un lugar donde vivir. Sin destino, sin motivo. Pinceladas de recuerdos sin un color definido. Y las gotas de lluvia de mis sueños escurren entre los párrafos, tratando de encontrar un significado. Un destinatario que pueda leer un mensaje traducido de un idioma a veces incomprensible. La hoja en blanco se convierte en una botella navegando en un mar de incertidumbre. A la espera de ser hallada, sobreviviendo tormentas. Haciéndole frente a las circunstancias.

Una hoja en blanco puede conducir al vértigo. No sé si escribiendo lo supero. Tan sólo sé que es una sensación tan embriagante como tratar de descifrar el secreto de unos ojos cafés bajo el sol matutino de otoño.

20100622

Lluvia de meteoros (El cometa, parte 6)


Saint Feliu de Llobregat, 8 de febrero de 2208

Hoy fue un día común y corriente, excepto por un evento en particular. En realidad, trato de no darle demasiada importancia. Después de todo, ¿quién se fija en el cielo en estos tiempos? No debe haber sido nada relevante. Bueno, admito que era una extraña combinación de luces y colores. Nada del otro mundo, tomando en cuenta que eso podría atribuirse fácilmente a nuestra espeluznantemente contaminada atmósfera, dependiendo de la hora del día y la estación del año.

Miento. No tengo idea de a quién trato de engañar. Desde el principio me parecía que había algo raro en el ambiente, sabía que éste sería un día especial, o por lo menos, no tan común. Además del habitual tono amarillento de nuestro cielo, algo llamó mi atención. Usualmente habría sentido el calor del sol bajo la planta de mis pies, y la brisa escurriéndose entre mis dedos como agua corriendo río abajo entre guijarros. En un día cualquiera, habría escuchado el silencio persistente de mis sueños acechando mi mente. Pero hoy no: hoy el aire se sentía más denso que de costumbre, como si hubiera reunido a su paso la ansiedad de todos con quienes se cruzaba en su camino, reuniendo el barro de sus conciencias y esparciéndolo indefinidamente.

Entonces sucedió. Primero una, dos, tres diminutas explosiones casi imperceptibles entre las nubes. Después, fueron aumentando tanto en tamaño como en intensidad, invadiendo la palidez circundante con colores: azul, violeta, negro, naranja. Semejaban gotas de tinta salpicando una hoja en blanco, desvaneciéndose poco a poco mas no del todo, dejando una huella indeleble tras de sí.

Naranja, bermellón, escarlata, carmín, sangre. Al final, el manto amarillo se desgarró y de él sólo quedaron algunos jirones dispersos entre el vino derramado por la fatalidad. Y entre matices de rojo y violeta, se formaron nubes azules de tormenta, que reventaron sin más. Lo que siguió fue una atmósfera húmeda de tristeza y tranquilidad simultáneas. Casi de desolación. Al menos a eso sabían las gotas de agua que mi lengua se atrevió a probar. Nunca sabré si este acto terminó por condicionar mi vida, o si mi alma se condenó con la visión que, a lo lejos, se presentó ante mis ojos.

Comenzó como un punto blanco. Gradualmente fue creciendo, hasta convertirse en una masa incandescente, visible a varios kilómetros. Caía entre nubes de vapor formadas a partir del contacto del agua en su superficie. Estrepitosamente, se impactó contra el suelo y lo atravesó cual recuerdo al corazón. Fue el primero de muchos. Los meteoritos continuaron descendiendo, perforando la tierra, sin dejar más rastro que pequeñas e intermitentes heridas.

…Y ahí estaba: miles de kilómetros por encima de mí, había una diminuta franja de luz haciéndole compañía al viento. Implacable, definitiva. La primera vez que la vi resultó ser una suerte de aventura insensata a la que muy pronto habría de sucumbir. A pesar del entorno a priori tan poco alentador, me di cuenta que el cometa tenía un efecto especialmente relajante sobre mí. Pocas veces me había sentido tan… tan… tan yo. Lo curioso, no obstante, es que ahora no puedo concebir mi vida como lo hacía antes. Siento como si uno de esos meteoritos se hubiera insertado en mis huesos y músculos, creciendo indefinidamente. ¿Quién sabe? Tal vez algún día el silencio insistente de mis pensamientos se convierta en un grito, provocando una reacción en cadena que me haga estallar.

Andoni

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5


20100601

Combustión interna

El cielo reflejado en el espejo me pareció más bien como una mancha oculta. Como un pincelazo de azul accidental sobre el lienzo de la ventana. Los sonidos subían hasta el quinto piso, recorriendo entumecidos la superficie de concreto del edificio. Y yo… con la mirada perdida en mi propia imagen, tratando de descifrarla. Mi piel no tenía color, ni mis ojos luz. Extrañamente, mi ropa se mimetizaba con el entorno casi por completo, como si estuviera hecha de un material transparente. Como si poco a poco se desintegrara, y yo con ella, absortos en el aire.

Hasta que hubo una pequeña explosión dentro de mí. La sangre comenzó a fundir mis huesos y mis músculos ya no eran más que puñados de cenizas. De pronto soy una masa amorfa e incandescente, una bola de fuego. Salgo intempestivamente por la ventana, rompiendo los cristales, alimentándome de cada partícula de aire a mi alrededor. A toda velocidad, me dedico a hacer perforaciones en las nubes. Arriba y abajo, de un lado a otro, aprovechando que ni siquiera se inmutan. Me decido a hacer permutaciones de tiempo y de lugar. Cambio de momento. Cambio de ciudad.

Los segundos no me pesan al pasar bajo los puentes, entre los rascacielos, jugando entre tejados y cúpulas de iglesias. Los automovilistas están tan concentrados en su diario devenir que no sienten mi presencia. Sólo los perros osan seguirme: para ellos soy la brisa cálida anunciando la llegada del verano, y corren esquivando bicicletas distraídas y pisando flores divertidas. Las parejas en el parque entrelazan sus manos y se besan; alardean al universo lo singular de sus momentos. Los veo y fugazmente les sonrío. Y a aquel tipo solitario que lee sentado en una banca me permito regalarle un puñado de hojas de árbol chamuscadas. Algunas se convierten en plumas y flotan en el lago que descansa frente a él. Entonces ríe sorprendido, pues cae en la cuenta de que lo que quiere es escribir.

Continué mi travesía dirigiéndome hacia el mar. Desde arriba pude ver el movimiento y la textura de las olas. Me acerqué, volando al ras del agua, intentando refrescarme (consciente de lo que eso implica). Sin pensarlo demasiado, subí. Subí hasta que la espuma se confundía con los trozos de algodón flotando. Esta vez sí se movían y no dudaban en envolverme tan gradualmente que robaban mi energía. La guardaron para después asustar a navegantes extraviados con un par de relámpagos hambrientos de embarcación. Y me dejé caer. En el instante del impacto con el agua, ya nada importaba. Nunca importó, realmente. Me hice vapor y me esparcí por la superficie, disolviéndome con el aire tan lenta como tranquilamente.

Al final, frente a mí se encontraba un yo aparentemente idéntico, pero extrañamente diferente. Aunque la esencia de mi reflejo parecía no haber cambiado, la imagen que me devolvía el espejo me reveló al fin parte de un misterio inesperado escondido en mi mirada. Es una lástima que no pueda arrojarme al vacío desde un séptimo piso por curiosidad. Tampoco se trata de matarme así como así. A veces creo que ya lo estoy haciendo, tan despacio que hacen falta estos lapsos de imaginación para intentar evitarlo. Y funcionan.




20100518

De Ícaro y un gato con tres pies

Soñé que mi gato tenía tres pies. De pronto maullaba y trepaba por las paredes, feliz. Porque a pesar de su inexacto número de extremidades, no había disminuido su agilidad. Usaba su cola para impulsarse, e incluso me atrevería a decir que, más que una desventura, su condición le había favorecido, pues se había descubierto capaz de sobreponerse a cualquier eventualidad del tipo que llamamos altamente traumática.

Soñé que el cielo se tornaba amarillo, con abundantes matices rosas. Sí, como en la película. Volaba hacia él y cometía la osadía de morder una nube. Sabía a vainilla. Tal vez un poco a fresa. Inesperadamente, me sentí una especie de Ícaro suicida: queriendo acercarme cada vez más al sol, sabiendo que mis alas no resistirían el calor... haciendo caso omiso a mi precavido subconsciente. Así que entre más alto estaba, mi vértigo crecía. Conforme la cera que unía las plumas se derretía, comenzaba a perder velocidad. Pero no me importaba. Tan sólo quería llegar tan alto como me fuera posible, hasta que dejarme caer resultara tan gratificante como lo había sido volar. Y entonces, precipitarme al vacío con la misma libertad que lo hace una gota de agua. Con la misma certidumbre. Con la misma claridad.

Y mientras dormía, el tiempo se daba el lujo de detenerse. La lluvia se convertía en una cortina infinita de granizo. La luna matutina se paralizaba, como reconociendo su intrusión en el espacio. Entonces los pájaros intentaban comérsela; inmóviles, tendrían que conformarse con un baño de luz filtrada por los árboles. Las estrellas agradecían flotar indefinidamente, con el viento partícipe y testigo, sus brazos traspasándolo en un abrazo inconcluso. Y yo veía todo como a través de un espejo. Como desde un beso.

Abro los ojos y recibo un golpe de realidad. Caigo en la cuenta, una vez más, de que a pesar de mis intentos todo sigue transcurriendo. Sin importar mis esfuerzos por juntar plumas y cera, al final no sé volar. Y con todo y mi tendencia natural a complicar lo simple, ni siquiera tengo gato.

Faster than the setting sun we'll run away.

-Fyfe Dangerfield


20100427

El hubiera

Y bueno... seguramente las 5 personas que leen esto ya se dieron cuenta que la historia del cometa está en stand by. Evidentemente, padezco de writer's block (as usual), pero también carezco de motivos para continuarla. No es que no sepa cómo hacerlo. Más bien, es que no encuentro una razón de fuerza para pensar que vale la pena. En fin, mientras eso se decide, aquí les dejo mi pequeña e improvisada teoría sobre el hubiera, que mencioné en otro post. Ya tiene un par de años que la escribí. Sobra decir que en ese momento acababa de leer "Rayuela" (léanlo), y además me sentía un poco como pieza de rompecabezas dentro de una caja de objetos perdidos. Ya saben, de ésas que te encuentras y piensas "esto ¿qué?". He aquí el resultado. Siéntanse libres de comentar lo que quieran, ya sea sobre esto o sobre el cometa.

Al borde de la otredad: ese estado en el que el hombre se descubre solo en el mundo, provocando así la búsqueda por su individualidad y, según Cortázar, hace un salto hacia sí mismo, de una forma tan violenta que termina cayendo en brazos de otra persona. Es así, al filo de una locura involuntariamente adquirida (¿o voluntariamente?) que me pregunto sobre la existencia de un pasado alternativo, condicionado al significado de una palabra: hubiera.

El hubiera existe. No hay duda de ello. Es un vacío que te carcome por dentro, que devora tus entrañas y se da un festín con tus pensamientos. El hubiera es un estado de conciencia que puede ir ligado ya sea al arrepentimiento o al anhelo (casi siempre es lo primero). Es lo que te hace perseguir tu sombra en la mañana y olvidarte de ella en la tarde, vacilando entre lo hecho y lo deshecho. Entre límites vagamente definidos, escalando cordilleras de razón, cuidando de no caer en abismos de moral que puedan volverte loco. Es darle condición de privilegio a la duda, tren de pensamientos que amenaza con matar a aquel que ha osado entrometerse en su camino. El hubiera es una guerra entre polos mentales. De tal modo que sí: es un mal necesario.

Si el hubiera no fuera, habría un detonante menos para la otredad. Menos razones para preguntar. Menos conflictos, eso sí, pero también menos aprendizaje. Menos indagaciones dentro del laberinto de la personalidad. Si el hubiera no fuera, probablemente muchos dejarían de conocerse un poco a sí mismos, y pretenderían conocerse a través de otras personas, como refugiándose de sus propios seres. Si el hubiera no fuera, yo no me habría atrevido a querer transgredir tus límites, ni a desear que tú lo hicieras con los míos.




20100330

La casa del árbol

Arriba. No. Más arriba. Un poco más. Ahí está bien, sí. Ahora espérame, tengo que subir, estoy muy cerca del suelo. ¿Qué dices? No, ¡qué va! A esa altura no puede alcanzarnos nadie, ni nada. Es la altura ideal. No, si vamos más alto, el viento no nos dejará en paz. Y más abajo ese maldito gato nos puede traer muchos problemas. Sí, tienes razón, siempre podemos ir adonde nos plazca. Pero el punto no es ése. Se trata de tener la mayor tranquilidad posible, tanto para nosotros, como para ellos. Lo sé, todavía no nacen y ya me estoy preocupando. En fin, es lo que hacen los padres, ¿no? Venga, ayúdame un poco, no puedo moverme tan libremente como tú.

Ah, así está mucho mejor. ¡Oye, qué buen lugar escogimos! En verdad tienes muy buen ojo para estas cosas, querida. Permíteme felicitarte por tu excelente elección. Ya, ya, no seas tan modesta. Definitivamente, aquí estaremos bien. No me cabe la menor duda. Y todo, gracias a ti. Creo que nunca está de más decir cuánto te quiero ¿verdad?

...¿escuchaste? Sshhh... espera... No, creo que no ha sido nada. Debe ser que estoy cansado por el viaje. Acabamos de llegar y ya me estoy poniendo nervioso. Trataré de relajarme. Seguramente es esa ardilla que tendremos por vecina. ¡Buenos días! ¡mucho gusto! Mmm... más vale llevar la fiesta en paz desde el principio ¿no crees?

¡Qué bonito se ve el cielo! Es la ventaja de no estar en una colonia con edificios muy altos. Sí, de ésos que hacen que uno se sienta sin aire. No sé, en esos lugares tan habitados de pronto miras hacia arriba y te sientes frente a un rompecabezas azul y gris, cuyas piezas parecen a punto de caerse. Intimida mucho. Acertamos cuando decidimos mudarnos acá...

Otra vez ese crujido... ¡Oh, no! ¡Es ese gato! Parece que lo subestimamos, ¡está subiendo por las ramas! Viene hacia acá, ¡está muy cerca! Vuela, amor mío, no te arriesgues. ¡Yo lo distraeré! No, te he dicho que no puedo moverme fácilmente. Prácticamente estoy perdido. Tú puedes salvarte. ¡Mira! Ahí va esa ardilla... Valiente vecino habríamos tenido... En fin, cada quien se rasca con sus propias uñas. Bueno, ahora es tu turno. ¡He dicho que no! ¡Vete! ¡Déjame aquí!... ¡No, espera! ¡no lo hagas!

Aún no puedo creerlo. Todo iba tan bien y, de repente, se convirtió en catástrofe. En un momento. Ni siquiera me alcanzó para contener el aire. Ni siquiera para gritar. Ni siquiera para mirar. Aunque, claro, no tenía la mínima intención de hacerlo. Lo que pasó fue horrible, por decir poco. Fue como un relámpago gris fulminando mis ganas de vivir, como si mi corazón hubiera dejado de bombear sangre y mi cabeza se hubiera desconectado por completo de mi cuerpo.

¿A dónde iré ahora? No me quedan lugares. No sin ella. No me queda nada. Todos mis planes se han venido abajo en un santiamén. Todos. Nuestros planes. Todo mi universo giraba en torno a la certidumbre de que ella me amaba. Porque me amaba. No, no debió hacerlo. Sacrificarse así, sin pensarlo. ¡Dios! ¿por qué no permitiste que fuera yo? ¿por qué dejaste que ese felino prefiriera los audaces movimientos de mi amada sobre mi indefensa lentitud? Y después, casi burlonamente, me miró a los ojos y se marchó. Tuvo el descaro de mirarme, regodéandose en su maldad, y dejarme muriendo de desesperación. Agonizando de vacío. No puede llamarse de otra forma. No puedo volar. Aunque pudiera, no quiero hacerlo. Mi ala rota puede sanar, pero mi alma ha quedado tan dañada que parece un conjunto de nubes desintegrado por la fría tempestad del destino. Y de repente, y para siempre, nada. Sólo oscuridad y silencio.

20100323

Stardust 906 (El Cometa, parte 5)

Hasta ahora, ha sido un viaje largo. Ya lo esperaba, pero igual le ha parecido extenuante. Estaba a punto de darse por vencido. Mejor dicho, ya lo había hecho. Entre estadísticas y hechos, sus sueños no parecían resistir los embates de la probabilidad. Su confianza estaba siendo minada por la mala suerte. Estaba, a todas luces, perdido. Tras de sí había un gran vacío consumiéndolo todo. Aún podía sentir la gravedad sobre su cuerpo pero, más que nada, sobre su espíritu. Apenas hace unos cuantos años luz pudo restablecer su rumbo, al menos temporalmente. Josef no imaginó que la estación espacial estuviera tan apartada. En un principio, incluso dudó de su existencia; imaginó que se trataba de un fragmento de algún asteroide, o tal vez un pequeño y desconocido planeta. Cuando por fin arribó a la plataforma múltiple de despegue, lo primero que hizo fue recostarse en su asiento, dentro de su cápsula. Poco a poco, fue cerrando los ojos, el silencio circundante se hacia cada más intenso, adueñándose de su conciencia...

Soñó que era miembro del equipo de la estación. No tenía muy claro su puesto, solamente se sabía relacionado a la logística de envíos a otras estaciones. Trabajaba organizando embarques, cuando el lugar fue atacado por piratas espaciales (de quienes sólo había escuchado en cuentos de su niñez). Los corsarios destrozaron el lugar: saqueando, matando, destruyendo todo a su paso. Notó algo curioso en su comportamiento. Además de saciar su mezquina hambre de violencia y posesiones, parecían buscar algo con ahínco. Transcurrieron tan sólo unos momentos para confirmarlo. Uno de ellos (el contramaestre, por lo que pudo deducir) se dirigió a él y lo agarró por el cuello, sin darle tiempo a oponer ningún tipo de resistencia a su fuerte brazo. ¿Dónde está?, le gritó a Herz. (¿Dónde está qué cosa? contestó él, asustado) Escucha, pequeña rata, no hemos viajado millones de años luz, arrasando colonias y planetas enteros como para que no estés enterado, pero aún así te lo diré. Buscamos polvo cósmico. (¿p-p-polvo cósmico?) ¡Sí! Específicamente, aquél que se desprende de ese famoso cometa del que hablan todos en la galaxia: Melpómene. (¿Melpómene? ¿no era eso un asteroide?) ¿Y cómo pretendes que lo sepa? Yo sólo sé que ése es el nombre del cometa, lo demás no me interesa. Ahora, mi paciencia se agota, y mira que tienes suerte de que yo no sea el capitán, ¡él ya te habría matado! Te repito la pregunta: ¿dónde está? (no... creo que hay un error... el nombre de la estación no tiene nada que ver con ese polvo cósm.) ¡Mientes! lo interrumpió el pirata, ¡ya me hartaste! Sacó su cuchillo y lo deslizó sin piedad sobre la garganta de Josef... Un gran destello blanco, acompañado por una sacudida, lo hicieron despertar. No escuchaba otra cosa más que el sonido de su agitada respiración. No recordó de inmediato dónde se encontraba. Tuvo que sentir el tacto húmedo del sudor en su traje espacial para regresar a la realidad. Ese sueño fue de lo más estresante que había experimentado desde hacía mucho tiempo. Después de tomar un rápido refrigerio, decidió salir a explorar el sitio.



Lo primero que vio -y que no notó al llegar- fue el nombre de la estación sobre un inmenso panel metálico, dominando el puerto de carga y descarga: "ESTACIÓN DE INTERCAMBIO STARDUST 906". Curioso, pensó, sin darle mayor importancia a tan extraña coincidencia. A su alrededor, todo era desorden. Por todos lados había contenedores tirados formando pequeñas islas de desperdicio en un mar de papeles (¡Papel! ¡Pero qué civilización tan rara que todavía confiaba sus registros a tan exótico material!). Avanzó un poco más y vio una pequeña colina de libros chamuscados, sorprendiéndose aún más de encontrar reliquias tan valiosas en un lugar tan inesperado. Pero cuando se acercó, observó con más detenimiento. En ese montón de basura y cenizas, no había solamente restos de libros. El bocadillo que había comido hace unos minutos estuvo a punto de regresar hasta su boca después de reparar, horrorizado, en las decenas de cráneos y huesos amontonados... Piratas. No podía haber otra explicación. Los cuerpos y libros quemados son, como dice la leyenda, su tarjeta de presentación. Esta vez, Herz no pudo evitar que la duda lo asaltara. Había ahora dos coincidencias entre su sueño y lo que estaba viendo en ese andén abandonado. Sacudió la cabeza y no le permitió a su imaginación imponerse a su cordura. Al menos, no por el momento, pues tenía que continuar investigando.

En el puente de mando no encontró mucho, pero sí algo de una relevancia potencial enorme. En el suelo, colgando de una silla, estaba lo que parecía haber sido la chaqueta del capitán de la estación. Al hurgar en los bolsillos, extrajo un pequeño objeto de tenue brillo: una llave. Dedujo que con ella podría abrir la puerta de su camarote. Afortunadamente, no tuvo que recorrer demasiados pasillos para dar con él. Comenzó a registrar la habitación, sin hallar algo fuera de lo común: una cama, un escritorio, un armario y un par de repisas. Un tanto decepcionado, se disponía a salir cuando, de pronto, algo llamó su atención. En una esquina del umbral de la puerta, en un ángulo desde el que pasaría totalmente desapercibida para cualquiera que no mirara hacia arriba, había grabada, casi ilegible, una letra "M" dentro de un círculo. Un vago presentimiento lo invadió y entonces se quedó examinando el borde del dintel, recorriéndolo lentamente con la mirada, hasta que descubrió una pequeña ranura, prácticamente imperceptible, a unos cincuenta centímetros del piso. Tomó unas tijeras del escritorio (no sin antes preguntarse para qué demonios las usaría alguien en un lugar como éste) e introdujo las puntas en la ranura. Haciendo palanca sobre la vieja lámina que servía de recubrimiento, logró desprenderla, dejando a la vista un agujero del ancho del muro y tan largo como su mano. Con la excitación propia de quien por fin descubre lo que buscaba, sacó de él una pequeña caja metálica, cerrada con un seguro. Forzó el seguro, la abrió y no dio crédito a lo que veía. Dentro había un cuaderno negro con pasta rígida, una especie de bitácora, pero no fue eso el objeto de su admiración. Como atraídos por un imán, sus ojos no podían apartarse de los tres fragmentos de piedra de color violeta descansando en el fondo de la caja. Simplemente no podía creerlo, estaba demasiado entusiasmado. Pensaba que nunca sería capaz de ver este material tan de cerca y en tales cantidades. Si. Era polvo cósmico. Y no cualquier tipo de polvo: polvo de un cometa único en galaxias enteras. Su cometa. Esto último lo confirmó al ver lo escrito en la tapa del cuaderno: "Melpómene". Y entonces comprendió aquellas coincidencias entre lo que su subconsciente le hizo pasar mientras dormía y lo que estaba viviendo ahora. Era la evidencia final. Estas diminutas rocas aparecieron en un lugar tan extraño, tan inesperado y, sobre todo, tan lejano, que sólo pudo empezar a creer un poco en las hipótesis del Dr. Schicksal. Esto debía ser cosa del destino. Lo más impresionante, por si la sola existencia de las piedras no lo fuera, era el darse cuenta de que el cometa tenía gran poder y alcance no sólo en su planeta, sino también en infinidad de civilizaciones habitando este universo. Más aún, embelesaba por igual tanto a esta gente, como a la de su planeta. Decidió rebautizar su cometa, al menos coloquialmente, con este nuevo nombre que le parecía más adecuado, considerando sus ya conocidas características.

Melpómene. En la primera página del cuaderno, evidentemente escrita por el capitán, leyó una corta pero reveladora nota: "Lo que aquí intento reflejar con la insuficiencia de mis palabras es mi visión del mundo, alterado irremediablemente después de haber tenido la suerte de contemplar la estela del cometa. Tan sólo trato de mostrar el efecto que tiene sobre mi alma, al grado de viajar por años luz queriendo capturar siquiera un poco de su esencia. Irónicamente, mientras más me acerco más parece alejarse de mí".

Invadido por la curiosidad, comenzó a leer...