Me descubro (tarde) siguiendo una estrella polar que no es, que invierte a su antojo los polos de mi ser, a veces sin querer, a veces haciéndome estrellar en una ruta tan alterna que no es posible seguir. Mientras observo mi brújula, has llegado a tu destino hace ya tiempo, y yo me quedo maldiciendo inconveniencias de una mala sincronización. Navego a través de oleadas de incertidumbre, sin cordura; soy capitán y esclavo de mis propias decisiones. De mis propias incoherencias, conclusiones al acecho de una mente ingrata y susceptible, como el mismo mar de identidades que he tenido que sortear y que al final responde a un solo nombre. O tal vez creo que en ocasiones llego a islas desiertas y seguras, que tan sólo condescienden con mi forma de viajar.
Será que sólo pienso en tus ojos como una expresión del color del universo, o una extensión de un portal hacia otro mundo persuasivo y paralelo. Puede ser que me he sentido absurdamente afortunado por contar con tu presencia, tan fugaz como frecuente tu ausencia. Incluso es posible que halle cierto extraño placer en tu silencio suspicaz. La coincidencia se vuelve un problema cuando es alimentada por respuestas ambiguas, por suposiciones yuxtapuestas con minutos transcurridos bajo polvo cósmico y las nubes de testigos.
El problema de esa sonrisa es el estado que provoca, de vulnerable, obsesivo y fatídico embeleso, la gravedad intransigente que convierte al corazón en estadística más de tus recuerdos. Como si contaras las hojas secas bajo tus pies, con el desdén oculto y típico de quien se sabe poseedora de mis momentos de luz e inspiración. El problema de una mirada, de una palabra, es que le quita toda facultad a mis intentos por hacer del olvido un modo de vida. Lo inquebrantable de mi espíritu adquiere entonces cualidad de ficticio.
El problema de la coincidencia es la combinación de ojos y café. De música en clave que no deja de sonar a sueños entre calles y paseos entre la luna con la estela de tu voz. El problema de coincidir es querer alinear tus minutos con mis días, tus días con mis semanas, en búsqueda tan sólo de una memoria contigo que transforme este mundo y le conceda explicación. El problema de la coincidencia... es que al mismo tiempo existe, y no.
Será que sólo pienso en tus ojos como una expresión del color del universo, o una extensión de un portal hacia otro mundo persuasivo y paralelo. Puede ser que me he sentido absurdamente afortunado por contar con tu presencia, tan fugaz como frecuente tu ausencia. Incluso es posible que halle cierto extraño placer en tu silencio suspicaz. La coincidencia se vuelve un problema cuando es alimentada por respuestas ambiguas, por suposiciones yuxtapuestas con minutos transcurridos bajo polvo cósmico y las nubes de testigos.
El problema de esa sonrisa es el estado que provoca, de vulnerable, obsesivo y fatídico embeleso, la gravedad intransigente que convierte al corazón en estadística más de tus recuerdos. Como si contaras las hojas secas bajo tus pies, con el desdén oculto y típico de quien se sabe poseedora de mis momentos de luz e inspiración. El problema de una mirada, de una palabra, es que le quita toda facultad a mis intentos por hacer del olvido un modo de vida. Lo inquebrantable de mi espíritu adquiere entonces cualidad de ficticio.
El problema de la coincidencia es la combinación de ojos y café. De música en clave que no deja de sonar a sueños entre calles y paseos entre la luna con la estela de tu voz. El problema de coincidir es querer alinear tus minutos con mis días, tus días con mis semanas, en búsqueda tan sólo de una memoria contigo que transforme este mundo y le conceda explicación. El problema de la coincidencia... es que al mismo tiempo existe, y no.
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